[The old man and the sea]. Relato del gran escritor norteamericano Ernest Hemingway (1898-1961), Premio Nobel de Literatura (1954) y que obtuvo el Pulitzer en 1953. Se trata de una narración relativamente corta, entre novela breve o cuento largo, en la que de una forma muy simple y con una técnica clásica, el autor nos presenta una pequeña anécdota que se convierte en símbolo de la lucha por la vida y de los afanes de la humanidad. El viejo y el mar es una de las cimas de la novelística contemporánea y la obra que mejor ha sabido simbolizar la tragedia del hombre de nuestros días.
Nada de ambientes insólitos, que tanto gustan al novelista, ni espectáculos y sucesos extraordinarios. El escenario de esta narración es una aldea pesquera de la isla de Cuba, no lejos de La Habana, y su protagonista es un viejo pescador que se ve obligado a sustentarse con lo que gana en su oficio. Este viejo bronceado por el sol del trópico fue en su juventud un mozo de fuerza hercúlea y el mejor pescador de la costa antillana. Conserva aún algo de su destreza y sus únicos bienes son la cabaña de palma y los enseres de pescar. Últimamente, a pesar de conocer perfectamente el arte de la pesca, no ha conseguido obtener ni lo más indispensable para sustentarse. Hace cuarenta días que regresa con las redes vacías y el muchacho a quien él ha enseñado a pescar se ve obligado a abandonarle. Otros cuarenta y cuatro días se hace el pescador a la mar sin conseguir nada. Pero él alimenta la ilusión de cobrar un pez extraordinario. Y en efecto, un día, al rayar el alba, se hace a la mar y tras cobrar algunos atunes y algunas doradas, un pez de enorme tamaño pica su anzuelo. Pero la presa arrastra a la barca durante tres días mar adentro.
Al tercer día, el pez exhausto emerge a la superficie y resulta ser el pez espada de mayor tamaño que el viejo ha visto en su vida. El viejo le clava el arpón y lo amarra a la barca, más pequeña que el pez, y emprende el regreso, con las manos desolladas por el roce del sedal, casi desvanecido por los tres días de loca carrera tras la enorme pieza, maravillado de su suerte y de su extraordinaria aventura. El viejo está orgulloso de su hazaña, a la que no le ha impulsado la codicia; admira la belleza de su presa e incluso llega a sentir remordimiento de haber matado aquel pez tan grande (¿Será pecado?, se pregunta). Pero pronto la carne sanguinolenta del enorme pez atrae a los tiburones. Aparece el primero. Empieza de nuevo la lucha. Con un cuchillo clavado en el extremo de un remo, el viejo lucha desesperadamente contra los nuevos enemigos, y consigue matar a los dos primeros, que hicieron presa en la carne del pez. Pero por la noche es ya una manada de tiburones los que atacan al pez, y el viejo pierde el cuchillo y el arpón.
Al amanecer, queda ya sólo del gran pez espada la enorme espina con la cabeza y la cola. Cuando llega a la playa, el viejo vara la barca, se dirige a su cabaña de palma y queda profundamente dormido. Al día siguiente encuentra al joven muchacho dispuesto otra vez a salir con él, y el viejo está presto como todos los días, con la misma energía y constancia, sin la menor muestra de desesperación, consciente de haber sido vencido, pero también de haber sabido vencer. «Pocas veces un relato — escribe un autorizado crítico — de tan escueta simplicidad, cuya grandeza épica se logra con tan escasos elementos trágicos y efectistas, ha logrado adquirir un tan profundo simbolismo como ese cuento de Hemingway. La historia del viejo y el mar aparece a nuestros ojos como la imagen de la vida misma porque no es sólo la historia de una ilusión y de un fracaso, sino también la epopeya de la energía y de la voluntad, del amor y de la soledad del hombre, y de la victoria sobre la desesperanza de su noble e invicto corazón…
Pocas veces el genio novelesco de su autor ha alcanzado una tan trágica simplicidad como en este breve relato cuya épica grandeza ha elevado una mera anécdota de la vida cotidiana y vulgar a la condición de símbolo de la vida humana». El viejo y el mar no solamente significa un momento particular dentro de la obra novelística de Hemingway, sino que incluso difiere de la forma y de la técnica de sus narraciones cortas. Se ha hablado de su valor como epopeya, por su simplicidad, por la potenciación y exaltación de las cualidades preeminentes del hombre, incluso por la grandeza de la lucha sostenida entre el hombre viejo y el enorme pez y los tiburones, como si fuera una empresa «desmesurada» entre la fuerza y posibilidades humanas y las del enemigo. Pero quizás lo que mejor permitiría caracterizar la obra sería su valor catártico, en nada inferior al de los mitos y de las tragedias clásicas. El pez podría simbolizar el ideal de la humanidad y de los hombres en particular. Pero como en la concepción fatalista de los mitos, este ideal ha de pagarse y aun cuando se consigue llega completamente deshecho como el pez del que se conserva sólo la espina.
El viejo y el mar entra no sólo dentro del campo de las obras literarias de excelente calidad, sino que quiere trascender a un orden más cálidamente humano, ofrecernos un problema de orden moral y humano, simbolizado en la lucha del viejo con el pez y con los tiburones. Intenta reflejar la gran aventura humana, llena de riesgos y con muy pocas o casi imposibles compensaciones, el destino de la humanidad que siempre ha sostenido una lucha semejante a la del viejo contra fuerzas superiores.