[Le demier jour d’un condamné]. Pequeña obra de Victor Hugo (1802- 1885), publicada en 1829, inspirada en esas preocupaciones sociales que más tarde desempeñarán un papel tan importante en Los Miserables (v.). A través de la historia de un infeliz que espera al principio su condena y más tarde la ejecución, el escritor quiso defender la abolición de la pena de muerte.
Si no se puede poner en duda la nobleza del sentimiento que inspiró al autor, en cambio es evidente el carácter literario, el tono convencional, la escasa humanidad y la poca consistencia psicológica del libro. En efecto, aquel hombre al que a punto de ser enviado a la guillotina se le ocurre escribir sus impresiones como el mejor medio para disminuir el sufrimiento de sus angustias — son sus mismas palabras — y creyendo también que ello pueda constituir una lección provechosa para la humanidad; que se preocupa por la jerga de las cárceles y trata de descifrar las inscripciones murales de su celda; que trata de imaginarse el instante extremo, en que quizá se sienta envuelto en «un gran resplandor», es lo más alejado de la humanidad que pueda uno imaginarse. Las mismas figuras del gendarme y de Pepita apenas si están bosquejadas, y no son suficientes para levantar el tono del libro, como tampoco basta la de la hija, Marie, también evocada con acentos patéticos más que con verdadera emoción.
La condena mayor del libro desde el punto de vista artístico se encuentra en el prólogo del mismo autor, donde dice que quiso defender la causa de un condenado «cualquiera», ajusticiado en un día «cualquiera», por un crimen «cualquiera». El escritor cae de este modo en esa vaga generalización que es el defecto principal de la obra, la cual carece precisamente del carácter de individualidad y de la búsqueda de lo característico que tan del gusto eran de la joven escuela romántica y del mismo Hugo.
F. Ámpola
Proclamó con impresionante elocuencia, aunque quizá con tono más irritado de lo que era conveniente en materia de misericordia, el respeto a la vida humana, incluso cuando está manchada de sangre. (Sainte-Beuve)