[Il tenente dei lancieri]. Novela de Gerolamo Rovetta (1851-1910), publicada en 1896. La acción transcurre en Milán, en un ambiente de la pequeña burguesía no exento de ambiciones mundanas.
El protagonista es la señora Maddalena Trebeschi, mujer de belleza admirable, dueña de una importante alhóndiga. Es muy entendida en negocios, y cuando es preciso incluso presta dinero a un discreto interés, mientras dirige con mano dura su comercio, al tímido y sumiso marido y a sus hijos: todos tiemblan y obedecen ante ella; únicamente Giacomino, hermoso joven, impertinente, muy distinto de sus hermanos, no teme a su madre, que parece que siente hacia él una no disimulada hostilidad. Después de que éste, con la indulgente complicidad de su padre, ha realizado muchas tonterías y se ha cargado de deudas por una artista de circo, dejándose timar por hábiles embaucadores, la madre decide alejarlo de la casa y, en un momento de rabiosa desesperación, para convencer a su marido de que le deje marchar, le confiesa que Giacomino es hijo de un apuesto oficial de lanceros, un arruinado vividor que fue a verla en una noche ya lejana para rogarle que difiriera el protesto de una letra, y la sedujo aprovechándose de un instante de desmayo.
Luego, Giacomino marcha espontáneamente para África; y cuando, entristecidos por la separación, los cónyuges se hallan solos, el marido, con su tímida e ingenua bondad, le repite a su esposa: «… ¿sabes?… aquella historia tuya… nunca la he creído». El relato, dinámico y rápido, se centra en torno a un personaje: la señora Maddalena, con su voluntad de dominio, inflexible, insoportable y dura hacia los demás, pero también rígida consigo misma, y en consecuencia furiosamente rabiosa por haberse dejado sorprender en un momento de inconsciencia. Frente a ella también es notable el marido, soso y abúlico, visto hábilmente desde su aspecto ridículo y penoso a la vez, cuando como cómplice de las pequeñas trampas de su hijo, también él las goza golosamente, como si se tratara de un fruto prohibido. Pero estas afortunadas intuiciones, como a menudo ocurre en Rovetta, quedan ofuscadas por un realismo mecánico y fotográfico que empaña el estilo, que en vano quiere reavivarse con alguna aguda y mordaz nota particular.
M. Zini
Habiéndose dedicado toda su vida a realizar copias, o, si os gusta más, realistas estatuas de cera, propias del museo Grévin, resulta imposible hablar de su obra, como ocurre con otros escritores, describiendo la génesis y el proceso. Rovetta no realizó intentos, no se dirigió hacia un blanco, no alcanzó una cima, no se precipitó ni bajó. Todos sus libros valen aproximadamente lo mismo. (B. Croce)