El Señor de Phocas, Jean Lorrain

[Monsieur de Phocas]. Novela del francés Jean Lorrain (Paul Duval, 1856-1906), publicada en París en 1910; lleva como subtítulo, «Astarté». Bajo el nombre de Monsieur de Phocas, se presenta al autor un joven de veintiocho años, roído por el vicio y las pasiones más extrañas, el duque de Fréneuse; es colec­cionista de piedras preciosas, maniático y misterioso. Al marchar hacia Asia confía al escritor un manuscrito donde se des­cribe su triste vida. Lujurioso y cruel, el duque se siente atraído por la fascinación de las joyas como por un demonio inven­cible. En el amor no encuentra consuelo sino desolación, debido a su extraña enfer­medad, agravada por un continuo cerebralismo (una impotencia que le echará en cara al fin una bailarina, vista por él como una nueva Salomé) y así lentamente, sintiéndose enfermo y diferente de sus seme­jantes, se rodea cada vez más de morbosi­dad y de costumbres malsanas. De suges­tión en sugestión busca diversas amistades, la erotómana Ethal y el irlandés Thomas Welcome.

Después de una serie de escenas maléficas e híbridas (que son prueba del decadentismo con que el autor llenó su obra, en la esfera de Al revés, v., de Huysmans y de una tradición sutil y perversa que va de Sade á Mirbeau), el duque acaba suprimiendo a Ethal con una esmeralda en­venenada y hace creer en un suicidio suyo ante la estatua de Khali, la diosa hindú de los Thug, la Astarté de Cartago y de Tiro. Con este símbolo de lujuria y de crueldad termina la tormentosa aventura del disipado joven, en una continua alucina­ción que une la barbarie con el refinamiento e incita a un sueño de poder: el de reali­zar plenamente el hombre en todas sus po­sibilidades terrenas. Documento de una ac­titud literaria, este Señor de Phocas perdura más por sus motivos polémicos (son citados, en el diario del duque, Baudelaire, Samain e incluso Valéry) que por su propia reali­zación artística; son además notables algu­nas páginas, sensuales, lacerantes y sin em­bargo amenas, sobre los vicios y las per­versidades de los personajes, como en una sombría atmósfera de culpa que de modo inconfundible pesa en el mundo de Lorrain y constituye, por decirlo así, sus «flores del mal».

C. Cordié