El pintor Basil Hallward ha hecho un retrato a Dorian Gray, un joven de excepcional belleza. Dorian, obsesionado por la idea de envejecer y perder su hermosura, consigue, gracias a un sortilegio, que todas las marcas que el paso del tiempo y los vicios pudieran dejar en su rostro, se muestren solamente en el retrato.
Ávido de placeres e influenciado por su cínico compañero Henry Wotton, se abandona entonces a los excesos más desenfrenados, sin que ningún rastro de su abyección altere la perfección y la frescura de su rostro. Y puesto que Hallward le reprocha tanta vergüenza, lo mata. Es en este momento cuando el rostro espantoso del retrato se convierte en el acta de acusación más despiadada para Dorian, que en un arrebato de desesperación lo destroza de una puñalada.
Pero es él quien cae muerto: las facciones del retrato vuelven a ser las del Dorian joven y puro de un tiempo, mientras que en el suelo yace tendido un viejo obsceno y desagradable.