El Mayor Monstruo, los Celos, Pedro Calderón de la Barca

Tragedia en tres actos y en verso de Pe­dro Calderón de la Barca (1600-1681), pu­blicada en 1637 y conocida también bajo el título de El Tetrarca de Jerusalén y El mayor monstruo del mundo. El argumento deriva de la Guerra de los judíos (v.) de Flavio Josefo.

Un astrólogo ha profetizado a Mariene, esposa de Herodes, tetrarca de Jerusalén, que será la víctima del «mayor monstruo del mundo» y que su marido será homicida de lo que más ama en la vida. El instrumento de tal destino será un puñal, que el tetrarca, aunque no da gran crédito a la profecía, manda arrojar al mar para evitar que se cumpla. Pero, al caer, el puñal hiere milagrosamente a un cor­tesano. El tetrarca ama perdidamente a su esposa, por quien es correspondido, y para ella quisiera conquistar el mundo entero. Su extremada pasión parece ya locura, pero él cree que el amor, cuando no es locura, no es amor. Por lo mismo, le con­fía a ella el puñal que, según los presagios, deberá matarla; de este modo ella será dueña de su vida. Mientras, Octavio ha derrotado a Antonio, del cual el tetrarca era aliado. Herodes se presenta al vence­dor para rendirse, y ve en sus manos un retrato: es el retrato de Mariene, que Oc­tavio cree es de una muerta, y de la que está enamorado. En un arranque de celos, el tetrarca atenta contra la vida del ven­cedor, pero fracasa en su intento y es lle­vado a una cárcel en espera de la muerte, juntamente con su fiel cortesano Filipo. Pero, más que el peligro, abruma a Herodes la idea de que su amada pueda ser de otro, pues, según afirma, no hay amante o ma­rido que no prefiera saber muerta a su mujer antes que en brazos de otro. Y da a Filipo una carta en la que manda que, al anuncio de su muerte, se dé también muerte a Mariene. Filipo huye de la pri­sión sin intención de hacer cumplir una orden tan feroz.

La carta cae inopinada­mente en manos de la propia Mariene, quien no se explica tanta crueldad. Octa­vio, al llegar a Jerusalén, reconoce en Ma­riene a la mujer del retrato; y caballeres­camente accede a su petición en favor de Herodes. Pero Mariene salva a su esposo por afán de vengarse de su amor, que ella cree ultrajado: vivirán juntos, pero Ma­riene se le mostrará indiferente. Encerrada en una triste soledad, Mariene mantiene su fúnebre propósito y se hace cantar fúne­bres canciones. Octavio, que por equivo­cación cree que la vida de Mariene está amenazada por el tetrarca, acude en su auxilio y es sorprendido por éste, que quiere matarlo, por celos; pero en la obs­curidad hiere por error a Mariene, con el fatal puñal abandonado por ella: Mariene no muere, pues, a manos de su marido, sino de los celos, que son «el mayor monstruo del mundo». En este resumen prescindimos de episodios secundarios que hacen bas­tante confusa la acción, ya de sí compli­cada por la artificiosidad con que se rea­liza la profecía inicial. Y sin embargo, ésta contribuye a crear sobre todo el drama una atmósfera de fatalidad que oportuna­mente circunda la personalidad del tetrarca, loco en sus sueños de dominio univer­sal y de inhumanos celos. Los barroquis­mos de la expresión, muy audaces, no siempre convencen, pero a veces logran ex­presar la exaltación fantástica que nace de la tensión sentimental. Basta este resumen para comprender que Octavio no tiene nada que ver con el personaje histórico: es un rey caballero de los tiempos de Calderón. Este y otros anacronismos análogos, aun­que no deben influir en el juicio estético, no cabe duda de que chocan al lector moderno. La obra, en suma, es genial por la intuición firme y segura de la pasión amo­rosa, que se individua y se manifiesta devariados modos; pero artísticamente, como conjunto armónico, es bastante imperfecta.

F. Meregalli

Calderón es al mismo tiempo poeta ad­mirable de su raza y de su siglo, y poeta y maestro y delicia de la humanidad de todas las edades, como lo son Shakespeare y Cervantes. (Menéndez Pelayo)