Narrada en una poco apropiada primera persona (¿cómo se pueden recordar con tal precisión los diálogos, los detalles?), la historia comienza en un tono de humor irónico (ya utilizado en “El último merovingio”) que sólo se mantiene durante los dos primeros capítulos, cuando se muestra a Alex siendo padre a tiempo completo y enfrentándose a situaciones que le son desconocidas.
A partir de la desaparición de Kevin y Sean, la historia no sólo se vuelve seria, sino monótona y anodina.
El protagonista relata con pelos y señales todo lo que ocurre desde que da parte de la desaparición de los gemelos, comenzando por la búsqueda en el recinto de la feria hasta, más tarde, la investigación policial o cada paso que da en su particular búsqueda de sus hijos.
Carente de personajes con personalidad (la casi ex esposa, los padres de ambos, incluso los niños y todas las personas a las que entrevista Alex), sólo se puede resaltar el del policía que investiga el caso desde el principio, ayudando al protagonista y convirtiéndose casi en su amigo. Ni siquiera el villano es descrito, en realidad casi no aparece en la historia, excepto por breves menciones de algunos conocidos.
El autor prefiere centrarse en mostrar una crónica pormenorizada hasta el aburrimiento de cada búsqueda que realiza el protagonista. El interés de todos los datos que presenta es relativo, siendo la investigación sobre la magia y su historia lo más relevante.
La continua consulta en google sobre todo tipo de temas, desde los asesinatos de gemelos, papiroflexia y todo lo que rodea el tema: concursos, métodos, tipos de papel etc…, podría ser apasionante si no fuera por el exceso de detalles y de temas a tratar.
El protagonista avanza muy despacio en la resolución del caso, un hombre solo que no se rinde en la búsqueda de sus hijos ( aunque son escasos los momentos en que se muestran las emociones y el pesar que siente por su pérdida), que deja su trabajo y se obsesiona en una búsqueda que parece imposible.
Poco a poco, con escasos momentos relevantes, entre el aburrimiento y breves destellos de interés ante lo que se relata, Alex se acerca a su presa, a quien considera un verdadero “artista del mal” y acaba, en breves y poco emocionantes páginas algo incoherentes, en una resolución frustrante.
Esta novela desilusiona especialmente porque su anterior obra (“El último merovingio”) era ingeniosa, divertida, crítica e interesante. Sin embargo, “El maestro del mal” es completamente prescindible, una historia sin garra, relatada de forma insípida, mal resuelta y con demasiado poco que resaltar.
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