El príncipe Mishkin, último heredero de una gran familia venida a menos, es una criatura espiritualmente superior, en la que la generosidad de ánimo y una candorosa fe en el prójimo van acompañadas de una total inexperiencia de la vida y de una especie de parálisis de la voluntad. Durante su regreso a la patria, tras una larga estancia en Suiza donde se ha curado de una enfermedad nerviosa, tiene como compañero de viaje a Rogozhin, un joven exuberante y violento que le hace partícipe de su loco amor por la bella Nastasia Filípovna.
Ya en San Petersburgo, Mishkin visita a su pariente, el general Yepanchin, y se entera de que el secretario de éste, Gania, querría casarse con Nastasia Filípovna, atraído principalmente por la dote, que un antiguo amante y benefactor le ha destinado, y por las relaciones de ésta. La tarde de la decisión Rogozhin irrumpe en casa de Nastasia Filípovna y ofrece una cifra igual a la dote de ella para que rechace a Gania y se haga su amante. Mishkin, misteriosamente atraído por la mujer, se declara dispuesto a casarse con ella para librarla de ese mercado humillante. Nastasia, conmovida pero incrédula, huye con Rogozhin.
Mientras tanto, de Mishkin se enamora la joven y aristocrática hija del general Yepanchin, Aglaia: pero, entre ambas mujeres, Mishkin prefiere (soñando con arrebatársela en una segunda ocasión a Rogozhin) a Nastasia. Consciente de la absoluta y profunda bondad del príncipe, Nastasia duda largamente, pero, sintiéndose indigna de él, se entrega a Rogozhin, el cual intuye, sin embargo, la verdadera naturaleza de aquella elección. Y, celoso hasta la locura, acaba con ella. Llamado por el homicida como único testigo del crimen, Mishkin recae en una definitiva locura ante la visión del cadáver de la muerta.