[Der Handschuh]. Balada de Christoph Friedrich Schiller (1759-1805), compuesta en 1797, año que Goethe y Schiller definieron como «Balladenjahr» (año de las baladas). La fuente es una antigua leyenda medieval que es también el argumento de un romance español, Ese conde don Manuel, del cual sacó Lope de Vega El guante de doña Blanca.
La anécdota es narrada también en Vidas de las damas galantes (v.) de Brantóme; sin embargo, Schiller lo leyó en el vol. I del Essay historique sur Paris de Saint-Foix. Con el Anillo de Polícrates (v.) y el Buzo (v.) completa la trilogía de las «baladas de la temeridad». Ni los dioses, ni los hombres se hacen desafiar más allá del límite de la posibilidad humana; quien los provoca ha de sufrir las inevitables consecuencias. Así, en el Buzo el Rey paga su temeridad con el sacrificio del paje enamorado de su hija; en el Anillo de Policrates el poderoso tirano de Samos paga con su vida la falta de respeto hacia los dioses, y en el Guante, la atrevida joven, por su loca petición, se ve abandonada definitivamente por su amado. El ritmo yámbico y el anapéstico, el trocaico y el dactílico, se alternan con eficaces efectos musicales en las ocho estrofas de la balada. Francisco I de Francia invita a toda su corte a un torneo de nuevo género: una lucha entre fieras. Mientras el Rey, las damas y los cortesanos aguardan con sobresalto, son introducidos en una jaula un león, un tigre y dos leopardos. A un rugido del león las fieras ávidas de sangre y muerte se acurrucan en la arena, vigilantes. Su respiración jadeante y feroz llega hasta la tribuna de cuyo borde una mano gentil deja caer adrede un guante en medio de las fieras, invitando al caballero Dolores a recogerlo como prueba del amor que siempre le ha demostrado. El caballero no vacila, baja a la jaula, «mit keckem Finger» (con dedo audaz) toma el guante y, echándolo a la dama Cunegonda, se marcha con el propósito de no volverla a ver nunca jamás, indignado por el hecho de que ella haya jugado con su vida.
Schiller, que en otras baladas suele ser de un intenso dramatismo, sacrifica en el Guante la narración épica a la exposición descriptiva. Sin embargo, en este plan, todo es perfecto: palabra, sonido, ritmo, color, forman un conjunto pictórico digno del pincel de un gran artista.
O. Lonnovari