El Formalismo en la Ética y la Ética de los Valores Materiales. Intento de Fundar un Personalismo Ético , Max Scheler

[Der Formalismus in der Ethik und die materiale Werthethik. Versuch der Grundlegung eines ethischen Personalismus]. Es la obra más importante del alemán Max Scheler (1874-1928), publicada en los dos primeros volúmenes (1916) de los Anales de filosofía y de investigación fenomenológica [Jahrbuch für Philosophie und phänomenologische Forschung] de Edmund Husserl. El punto de partida está constituido por una crítica del «formalismo», o sea, del racio­nalismo de la ética kantiana: para Kant no existen valores materiales (objeto de una intuición inmediata), sino que la ética es la victoria sobre el mundo de los datos in­mediatos de la intuición, victoria que la voluntad consigue implantando entre los datos intuitivos un orden racional. Scheler se opone a esta doctrina, afirmando que los valores son «esencias» materiales, es decir, no formales, «opacas», irracionales, contenidas en una intuición en que éstos se ponen «a priori». El acto por medio del cual se ponen puede definirse como apre­hensión emotiva, sentimiento puro.

Los va­lores aprehendidos en estos actos emocio­nales no son formales y ni siquiera nece­sariamente universales: existen valores to­talmente singulares. Con todo, los valores son «a priori»: no son propiedad de las cosas y ni siquiera son «objetivos» o «finalidades»; el objetivo es el contenido de un acto in­telectual, de pensamiento o representación; la finalidad es el término de una aspira­ción de la voluntad que tiende a actualizar un objetivo. Finalidades y objetivos están, pues, fundamentados sobre valores. La vida moral no es esencialmente voluntaria: por el contrario, la voluntad es un hecho se­cundario, mientras que el acto fundamental es la aprehensión del valor. Es en este antivoluntarismo donde reside el aspecto más original y, al mismo tiempo, más proble­mático del pensamiento scheleriano: nos lleva a una renovación de algunas posi­ciones medievales que el autor arbitraria­mente identifica con el catolicismo primi­tivo y a la afirmación de un orden de valores «en sí», dado al espíritu y no cons­truido por él. Una característica de los va­lores es que constituyen una jerarquía, de modo que en el acto que se aprehenden los valores se aprehende también su orden apriorístico: valores de lo agradable y lo desagradable, valores vitales, valores espi­rituales (belleza, justicia jurídica, verdad), valores religiosos (sagrado y profano). Los valores propiamente morales, del bien y del mal, están situados fuera de esta escala jerárquica; éstos consisten principalmente en el respeto a la escala de los valores: el acto moral es aquel que realiza un valor positivo cualquiera, pero teniendo presentes los valores superiores y condicionándolo a ellos.

De este modo el formalismo, rechaza­do en un principio, se reconstruye: la mo­ralidad es la forma de la vida axiológica: ¿y por qué no, pues, la forma racional como quería Kant? Con la agravante de un decidido antihistoricismo, a causa del cual el mundo de los valores queda total­mente abstracto, y aún más abstracta la moralidad, puro mundo de valores dado, pero no respetado. Desemboca, sin saberlo, en un platonismo teológico, del que es la última expresión la doctrina personalista, con la que culmina la obra de Scheler. El acto moral es siempre personal. La persona es «una unidad concreta de todos los actos, incluso de los actos solamente posibles, que se opone a cada esfera de objetos, un orden de percepciones, exteriores o interiores, que se opone a la esfera de las cosas. La perso­na consiste únicamente en el cumplimiento de sus actos». Es una esencia independiente de relaciones psicofísicas, pero no es un Yo puro en el sentido husserliano o kantiano. Es la «experiencia de las experiencias» que existe y se ofrece solamente «mediante» actos y «en» su cumplimiento, sin ser su producto, fundamentándolos, pero no precediéndolos. Si se denomina «espíritu» a toda la esfera de actos intencionales dentro de la riqueza de sus diferentes manifesta­ciones, puede decirse que todo espíritu es esencialmente personal. La vida moral es toda «participación» en actos del espíritu, participación que no es más que integra­ción en una persona superior: Dios. [Trad. española de Hilario Rodríguez Sanz («Re­vista de Occidente», Madrid, 1941)].

G. Preti