El Final de Norma, Pedro Antonio de Alarcón

Novela de Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891), publi­cada en 1855. «Escribí El final de Norma — nos confiesa el autor en la dedicatoria que de una edición de la misma hizo a M. Charles D’Iriarte, su traductor al fran­cés en muy temprana edad — cuando sólo conocía del mundo y de los hombres lo que me habían enseñado mapas y libros. Care­ce, pues, juntamente esta novela de realidad y de filosofía, de cuerpo y de alma, de ve­rosimilitud y de trascendencia. Es una obra de pura imaginación, inocente, pueril, fan­tástica, de obvia y vulgarísima moraleja, y más a propósito, sin duda alguna, para entretenimiento de niños que para aleccionamiento de hombres, circunstancias todas que no la recomiendan grandemente cuando el siglo y yo estamos tan maduros… La autorizo porque, a lo menos, es obra que no hace daño, y, no haciéndolo, creo que no debo llevar mi conciencia literaria hasta el extremo de prohibir la reimpresión de una inocentísima muchachada… El final de Norma, a juicio de varios honradísimos pa­dres de familia, puede muy bien servir de recreo y pasatiempo a la juventud, sin pe­ligro alguno para la fe o para la inocencia de los afortunados que poseen estos riquí­simos tesoros. ¡Y es que en El final de Nor­ma no se dan a nadie malas noticias, ni se levantan falsos testimonios al alma huma­na!» En efecto, la trama del argumento na­vega en plena fantasía consoladora; hay en ella momentos de angustia, y resplande­cientes resúmenes de gozo.

El joven y ge­nial violinista Serafín se enamora fulmi­nantemente de una misteriosa cantante a la cual sigue hasta la orilla del Guadalqui­vir, de donde se la lleva una góndola para alcanzar un navío que desaparece veloz llevándosela a Cádiz. Como un amigo del violinista, Alberto — que está enamorado de Matilde, hermana de Serafín —, participa en la aventura (ha oído cantar a la pro­digiosa y exótica criatura, y se ha prendado de su hermosura y de su divina voz), acom­paña a Serafín a Cádiz y allí piden pasajes en barcos que han de llevarles: al músico, a Italia; a Alberto, a la Laponia. Y como los dos están muy bebidos cuando encar­gan y reciben sus pasajes, resulta que cam­bian el destino: y Serafín embarca hacia Laponia, a bordo precisamente del buque que se lleva a su misteriosa cantante, y Alberto embarca en el navío que le llevaría a Italia si él, terco, no deshiciera su en­redo y comprara un barco para que Laponia fuera su soñada realidad. En el buque en que viajan Serafín y su dama, con los acompañantes de ésta, suceden cien acci­dentes contra la vida del violinista; pero ella, Brunilda, le protege. Por fin se ven y se confiesan su mutuo amor.

Lo terrible es el capitán del navío, el aparentemente con­de Rúrico de Cálix, que tiene sujeta a su palabra de casamiento a la cantante por amor a la música, la noble y poderosa Bru­nilda. Así que al llegar a Laponia y des­embarcar todos, Serafín se queda aban­donado en el muelle, y gracias al ardid de disparar su pistola y hacer creer al ca­pitán — que le vigila desde el mar — que se ha suicidado, obtiene que Brunilda mande a buscarle con una litera. Los enamorados se hablan, él sabe entonces que ella será la víctima de un compromiso que su padre adquirió para agradecer su vida, amenazada por Oscar el Pirata, al verdadero conde Rú­rico de Cálix. Oscar mata a Rúrico y su­planta su personalidad para que Brunilda sea suya; la boda se celebrará pocos meses después, agotado el plazo dilatorio que la joven ha impuesto porque aborrece a su futuro esposo, aunque ignora quién es ver­daderamente. Cuando Serafín huye de Laponia resulta que embarca en el buque que su amigo Alberto fletó en Cádiz para visitar la región de los hielos; y al encontrarse los dos amigos y contarse sus aventuras, Al­berto declara al músico que él ha visto dentro de los hielos de Spitzberg el ca­dáver del verdadero conde de Cálix, y que tiene en su poder unas memorias que aquél escribió, ya en la agonía, contando que Oscar el Pirata le dio muerte para robarle el derecho a Brunilda, matando después a su padre para que no le reconociera en su suplantación. Loco de felicidad, Serafín vuelve a Laponia, busca a Brunilda, la sor­prende ya ante el altar, deshace la boda con sus declaraciones, y se la lleva, mujer suya ya, a Sevilla. En Sevilla casa a su hermana Matilde con Alberto, cuya conducta amo­rosa le parece ya más seria que años atrás.

C. Conde