[Der Datterich]. Comedia escrita en el habla de Darmstadt, de Johann Elias Niebergall (1815-1843), publicada en un pequeño fascículo en 1840, y después en numerosas otras ediciones populares. En 1894, Georg Fuchs hizo una edición crítica de esta obra. El éxito de la comedia fue inmediato, aunque durante largo tiempo se la consideró una simple farsa popular y sólo más tarde se reconoció su valor, que hace de ella una de las más importantes creaciones dialectales de la literatura alemana. El autor utiliza con gracia y con brío el lenguaje del pueblo, en sus locuciones idiomáticas y en su particular atmósfera jocosa y ruda. El ambiente de Datterich es el de la pequeña burguesía alemana y más concretamente el de la burguesía de Darmstadt, en los apacibles años del «Biedermeier» (v.). El ambiente de los maestros artesanos que por la tarde gustaban de reunirse en las hosterías, para beber y discutir de política durante largas horas.
Datterich pasa el día entero en la taberna, está lleno de deudas y halla las maneras más impensadas de huir de los acreedores, que siempre resultan burlados. Entre muchos otros, cae también en sus garras el ingenuo Schmidt, joven de grandes esperanzas, al que le cuenta tantas y tantas fábulas, que el muchacho cree haber encontrado un hombre extraordinario y le paga numerosos vasos de cerveza a cambio de su compañía. Poco a poco Schmidt cae completamente bajo la influencia del Fanfarrón, olvida su trabajo, vive en la taberna, y hasta va a olvidar a su novia Mariechen, sobre cuya fidelidad Datterich insinúa sus sospechas. Al fin, los manejos del Fanfarrón quedan al descubierto, y es arrojado de la casa de Schmidt con malas palabras y buenos puntapiés. Pero Datterich acoge su propia desventura con cómica altivez, invicto hasta el fin. Los personajes son vivos y nítidos. Datterich mismo se parece de modo impresionante a la figura del autor, que murió a los veintiocho años, deshecho por el vino y por una vida desordenada. En la literatura alemana su figura puede recordar, en algunos aspectos, la de Grabbe; pero mientras éste fue llevado por su temperamento a una trágica complicación de su existencia, Niebergall fue el primero en reírse de sí mismo, hallando, primero en la risa y luego en la muerte, su liberación.
C. Gundolf