Meursault, el narrador, un modesto empleado de Argel, recibe un telegrama que le anuncia la muerte de su madre, ingresada en un asilo de ancianos de Marengo. Parte para dirigirse al funeral y, tras las pesadas formalidades, en- tierra a su madre casi con una especie de indiferencia. Al día siguiente, de vuelta en Argel, va a bañarse al puerto, reanuda las relaciones con María Cardona, una muchacha a la que conoció mucho tiempo antes y, siempre indiferente, reemprende seguidamente su trabajo y todos sus hábitos. Pero un domingo, invitado por Raymond Santés, un vecino de casa, sale fuera de la ciudad.
En la playa encuentra a dos árabes que desde hace tiempo siguen a Raymond para vengar a una antigua amante suya, también árabe. En la riña que se origina, Raymond es herido. Más tarde, Meursault encuentra por casualidad a los dos árabes. En el bolsillo lleva un revólver y, cuando uno de los árabes saca una navaja, pierde el control: cegado por el sol, hace fuego. Luego dispara otras cuatro veces sobre el cuerpo inerte.
Siguen el arresto, la instrucción y el proceso. El tribunal lo condena a la guillotina. En la celda de los condenados a muerte, a Meursault le queda ya poco tiempo de vida y no quiere malgastarlo con un Dios en el que no cree. Pero cuando el capellán sale, el extranjero encuentra, en la aceptación de su absurdo destino, una especie de paz.