[De errore profanarum religiónum]. Tratado polémico compuesto entre el 346 y el 350, bastante distinto de la otra obra conocida del mismo autor (v. Mate sis), hasta el punto que se ha supuesto, pero sin suficiente fundamento, que se trata de obras de dos escritores homónimos.
Pero la diferencia puede justificarse pensando que entre la composición de ambas obras transcurrieron cerca de doce años y que en dicho período se produjo la conversión del autor al cristianismo. En las redacciones llegadas hasta nosotros, El error de las religiones profanas carece de las primeras páginas; luego el autor empieza a pasar revista a los cultos naturalistas de los elementos (del agua entre los egipcios, de la tierra entre los frigios, del aire entre los asirios y del fuego entre los persas) y demuestra lo absurdo de ello; a continuación considera los cultos, que, llegados de oriente, eran entonces los más frecuentes entre los paganos, como los misterios de Isis, Cibeles, Mitra, el culto de los Coribantes, de Adonis, etc.; aplica los principios de Evemero para demostrar que todas estas divinidades son solamente hombres enaltecidos después de su muerte a los honores celestiales y de cuyos pecados, narrados en los mitos, se sirven los hombres para justificar los propios.
Con etimologías absurdas de los nombres de las divinidades, quiere explicar el origen de algunas de aquéllas y, en un capítulo históricamente muy interesante por las noticias que nos da de los misterios, plica que muchas de las frases y fórmulas que se pronunciaban en aquéllos pueden compararse a la Biblia. Lo que sorprende sobre todo en la obra es el fanatismo casi feroz del autor que con fogosas exhortaciones se dirige a los emperadores Constante y Constancio para que sin la menor clemencia persigan con todos los medios a su disposición a los secuaces de la falsa religión y con la fuerza les obliguen a adoptar la verdadera religión. El mérito esencial de esta obra radica en informarnos de los cultos profanos de la época, que el autor demuestra conocer bastante bien, y en conservar la expresión de un estado de ánimo que se formó en muchos cristianos de los primeros tiempos después de la inesperada victoria sobre el paganismo, victoria que, evidentemente, se produjo como reacción a las largas persecuciones sufridas.
C. Schick