El Cuaderno de mi Bisabuelo, Adalbert Stifter

[Die Mappe meines Urgrossvaters]. Novela incompleta del escritor austríaco Adalbert Stifter (1815-1868), de la que se conocen tres redacciones diferentes. Primeramente fueron publicados en 1841 y 1842 algunos fragmentos aislados en revistas; más tarde, en 1847, tuvo lugar la primera reelaboración que apareció en los Estudios (v.); y en 1864 e incluso en 1867 el escritor volvió sobre el argumento para fundirla en una obra uni­taria que pudiera figurar dignamente al lado de Witiko (v.) y del Veranillo de San Martín (v.), a fin de constituir con ellos una especie de tríptico. Se puede decir que la novela, incompleta por causa de la muer­te del autor, había acompañado a Stifter durante toda su vida. Y ciertamente en ella encontramos los elementos más caracterís­ticos y profundos del arte de su autor. Fue pues una idea genial la de poner como centro de la novela la figura de un médico, Agustín, que, después de haberse licen­ciado en Praga, vuelve a su tierra, y pri­mero entre la desconfianza y las sospechas del pueblo, y después entre la confianza general, empieza a ejercer su profesión.

El médico, como después se ha venido con­cretando en la literatura narrativa del si­glo XIX, unas veces consejero paterno, otras amigo fraternal, representa verdade­ramente una innovación importante en la novela de aquel tiempo. En la primera ela­boración, Stifter no consiguió aún dar a la obra una unidad, por cuanto los diferentes episodios podían aún ser considerados como capítulos aislados y estaban unidos sola­mente por las referencias exteriores al per­sonaje. En la última redacción, que no fue publicada hasta 1939, la unión se hace in­tensa y profunda y en lugar de los ca­pítulos aislados, vemos que el ritmo sigue continuamente, y los sucesos están ligados íntimamente entre sí. Naturalmente la narración está siempre en estilo indirecto, co­mo fácilmente se puede adivinar por su título: Un nieto tardío revolviendo en la buhardilla de la casa solariega, descubre un día, en una carpeta cuidadosamente atada, las historias que van a ser narra­das. El amor tiene en ellas un papel pre­ponderante y es casi siempre desgracia­do. Eustaquio, el amigo de Agustín, com­pañero suyo de estudios en Praga, enamo­rado de Cristina, huye sin que se le vuelva a ver, por no poder pagar una deuda con la que había cargado generosamente por un amigo estafador: un sentido del honor lle­vado hasta el escrúpulo destruye de esta manera su existencia y la de su enamora­da.

Y el benigno coronel, padre de la her­mosa Margarita, de la que Agustín se ha enamorado, nos cuenta su vida agitada y cómo encontró y perdió después trágica­mente a su esposa; y el mismo protagonista está a punto de perder a su prometida, por haberse mostrado celoso un momento y no tener plena confianza en ella. Pero estos sucesos amorosos están enmarcados dentro de la quieta e intensa vida de los campos y de las selvas: la misma extensión de la novela por lo que al tiempo se refiere — abarca casi la vida entera de un hom­bre —, le da el carácter de un fresco épico, en que se resuelve casi siempre esta forma narrativa en sus mejores muestras. Es in­útil insistir que en la exaltación de este mundo de personas humildes, Stifter ha puesto sus más íntimas convicciones, por­que para él la mano benéfica y creadora del Señor no se muestra entre los ruidos del mundo, sino en los lugares tranquilos y pa­cíficos. Un vasto aliento moral y religioso anima esta obra y la sitúa por encima de aquella literatura «campestre», de ambien­te rural, que tuvo fortuna durante algún período del siglo XIX. Y especialmente un arte maduro, un estilo de clásica pureza dan relieve a esta obra romántica en el fondo que Stifter quería como su última criatura y de la que se despidió pocos días antes de su muerte con estas palabras: «Aquí se es­cribirá: en este punto murió el poeta».

R. Paoli