[Quademi di Anatomía]. Con este nombre es conocida la selección de las hojas anatómicas de Leonardo da Vinci (1452-1519), conservadas en el castillo real de Windsor. Su publicación fue iniciada por T. Sabachnikoff y G. Piumati con los dos volúmenes de los folios A y los folios B (1898-1901), y fue completada en Cristianía en seis volúmenes, entre 1911 y 1916, por Ove C. L. Vangesten, A. Fonahn y H. Hopstock. En 1901 todos los cuadernos fueron reproducidos, sólo en facsímil, en diez volúmenes, por el editor Rouveyre, de París. Reunidos para formar uno de los dos códices ficticios compaginados por Pompeo Leoni, esos folios constituían un «libro en 4.° escrito y dibujado por Leonardo da Vinci, en que están diseñadas figuras de hombre, de mujer y de niño», según la descripción dada en una carta por Constantino Huygens, secretario de Guillermo II, rey de Inglaterra, fechada el 17 de marzo de 1600.
La recopilación estaba entonces en Kensington y pasó después a Windsor; en 1883 fue señalada por J. Richter. Estos Cuadernos reúnen la mayor parte de los estudios anatómicos de Leonardo que han llegado hasta nosotros, de manera que esta particular aplicación de la actividad de investigación vinciana nos queda ampliamente revelada. Emprendida al comienzo para profundizar en los instrumentos del lenguaje figurativo del artista, se va ampliando poco a poco y adquiere precisión y método de indagación científica. Desde el primer período milanés, cuando comenzó a adquirir real consistencia objetiva, hasta 1515, cuando León X le prohibió la entrada a la sala mortuoria del Hospital de Santo Spirito, en Roma, se fueron acumulando los ciento veinte libros de anatomía de que Leonardo dejó recuerdo.
De las preparaciones anatómicas realizadas siempre personalmente (se habla de la disección de unos treinta cadáveres) brotaban las anotaciones referentes a dibujos demostrativos escrutados «bajo diversos aspectos». La observación directa, la estrecha conexión de la investigación anatómica con la fisiológica (de cada órgano, Leonardo quiere que sea explicado también «el uso, el oficio, la utilidad»), la aplicación del método comparativo, constituyen hechos históricamente importantes, en cuanto se adelantan en algunos decenios al renacimiento de los estudios anatómicos. La precisión de esos incisivos dibujos permitía reproducir cada uno de los órganos, aislados con especiales precauciones y reconstruidos ingeniosamente, como los músculos sustituidos por hilos de cobre, las cavidades reproducidas mediante inyecciones de masas solidificables. Estas preparaciones eran objeto de cuidados especiales. Variaban desde la mera separación de los tejidos para poner a la vista los órganos que estaban debajo (músculos y vasos o nervios), a la apertura de grandes cavidades del cuerpo para sorprender los aparatos internos en su normal disposición y sus recíprocas relaciones, hasta las secciones propias para mostrar sus estratificaciones.
Otros ensayos anatómicos sin disección son los hechos para el estudio del canon de proporción del cuerpo humano, tomado de Vitrubio, pero desarrollados con cierta originalidad. Éstos están más adaptados a la actividad artística de Leonardo. Entre las más notables conquistas de la anatomía vinciana se hallan la indicación de órganos o formaciones que hasta más tarde no fueron descritos por otros anatomistas, como las trompas internas, explicadas después por Falopio, el seno maxilar descrito luego por Higmore, la trabícula septomarginal, los módulos de las válvulas semilunares y del endocardio parietal del corazón. Por encima de cada uno de estos descubrimientos científicos está la serena mente del artista, del pensador para el cual el hombre es «el modelo del mundo», su criatura más noble. Leonardo está convencido de que el organismo viviente está hecho a semejanza del mundo y del cuerpo de la tierra; y como en la naturaleza inanimada rigen las leyes mecánicas, también éstas habrán de gobernar necesariamente a los seres vivos. Tanto en el macrocosmos como en el microcosmos «toda acción es menester que se ejerza por movimiento», porque «el movimiento es causa de toda vida». Su analogía es, pues, muy estricta: sólo en un punto difieren el mundo y el hombre: «el mundo posee perpetua estabilidad», mientras que el hombre, como todo organismo viviente, «de continuo muere, y de continuo renace».
C. Brighenti