Revista de literatura publicada en Roma de 1895 a 1907, en doce elegantísimos fascículos, bajo la dirección de Adolfo De Bosis, que la publicó a sus propias expensas. Aunque fuese dirigida a una reducida «élite» y estuviese compuesta por pocos colaboradores, entre los cuales sobresalían Pascoli y D’Annunzio, significó mucho en la cultura italiana del principio del novecientos como saturación de los espíritus estetizantes de la Crónica bizantina (v.) hacia un arte más ideal y heroico todavía, que se manifestaba en un lenguaje preciosista y arcaico, en un gusto por el gesto y la acción humana, celebrados en una dedicación heraclítea.
Dice el proemio de la revista: «ya no es el tiempo del ensueño solitario a la sombra del laurel y del mirto. Los intelectuales, reuniendo todas sus energías, deben sostener militarmente la causa de la inteligencia contra los bárbaros». Una especie de positivismo de superhombre mezclado de espíritu libertario y al mismo tiempo imperialista, anti pacifista, anima y enriquece aquellos bellísimos fascículos con frisos alejandrinos y grandes márgenes. De Bosis publicó allí todo su Amori ac silentio (v.) y celebró el mito a lo Shelley de la Fuerza y de la Belleza («Nuestra Belleza sea a un mismo tiempo la Venus adorada por Platón y aquella cuyo nombre dio César como santo y seña a sus soldados en el campo de Farsalia: ‘Venus victrix’»). Prestaron a aquella revista asidua colaboración con poesías originales D’Annunzio y Pascoli, cuyos Poemas convivales (v.), tomaron su título de la publicación; de Carducci, que no colaboró en ella, se reprodujo la Canción del Legnano (v.) como para documentar la tesis heroica de la revista; y de Nencioni se publicó la inédita Rapsodia lírica, Edgardo ad Annabella, derivación de Swinburne.
Escribieron también allí Panzacchi, Scarfoglio y los críticos de arte D’Angelí y A. Venturi. Aquél fue el momento más singular del decadentismo italiano al cual el «Convito» no está solamente ligado por motivos culturales, sino también y más propiamente por los aspectos extrínsecos, lingüísticos, figurativos y de ropaje, que proporcionan el preciosismo y, con más propiedad, la vaciedad de muchas páginas. Pero aun dentro de estos límites, en el «Convito» es donde se reconoce el grado artístico del parnasianismo italiano.
G. Petrocchi