Obra teatral del escritor y diplomático mexicano José Joaquín Gamboa (1871-1931), estrenada el 9 de enero de 1931, veinte días antes del fallecimiento de su autor. Figura en el volumen Teatro, publicado en 1938 con prólogo de Carlos González Peña. El Caballero agoniza a consecuencia de las heridas recibidas en un duelo, y todos los circunstantes-—el joven protegido, el parásito, el amigo, el monje — lo elogian y se lamentan de su inevitable fin. Sugiere entonces el amigo que se llame a cierto médico milagroso, residente en la «Posada del Diablo», cuyo nombre le había revelado un anciano, que inquiría por la salud del herido a la puerta de su casa. Hacen su aparición la Muerte, en figura de hermosísima mujer, y el Diablo, bello también, como personificación del Ángel Caído. Alega éste pertenecerle el alma del Caballero, en pecado mortal por haberse batido en defensa de una señora de elevada posición; pero la Muerte revela entonces que el moribundo siente por ella una pasión correspondida; que por eso busca el peligro y que si va a casarse es sólo para evitar que su estirpe se extinga. Ella no quiere que él sucumba, y sugiere al Diablo que transformándose en el doctor Ferluci (anagrama de Lucifer), que es el mismo a quien han ido a buscar los amigos del Caballero, saque a éste del peligroso trance en que se halla. Así ocurre en efecto, y en medio del regocijo general, la condesa de Miravalle, que es la dama causante del duelo, trae flores de parte de su prometida, la princesa, al Caballero.
Pero éste confiesa al monje que está enamorado de otra mujer, extraña y sin igual, que durante su agonía no se había apartado un instante de los pies de su cama; que otra vez habíala visto cuando en una cacería, a punto de perecer, fue librado de las garras de la fiera acosada por el mismo personaje que estuvo a punto de matarlo en duelo. Celebradas las bodas, y declarado el Caballero heredero por el monarca, recíbese la noticia de la declaración de guerra por parte del país comunista de Rodonia. En las trincheras todos — el amigo, el parásito, el joven y el monje — van cayendo. Nuestro héroe cae prisionero del Soviet, pues la Muerte estorbó su suicidio. La condesa, traída como hembra para satisfacer a la soldadesca, le cuenta al Caballero la triste situación de su mujer y de su hijo, desterrados a las heladas llanuras de Asia, y él jura arrancarlos de allí y salvar a todo su pueblo. El Diablo, transformado ahora en comisario general, ofrece su ayuda al protagonista, porque así se lo ha pedido la misma mujer que siempre se le aparece en los momentos de peligro. En cumplimiento de su promesa, lo conducirá a Nueva Babilonia, tierra de banqueros opulentos, donde hallará sobrados medios para combatir a los soviéticos. El Demonio, metamorfoseado en el capitalista doctor Hell, despacha en avión al caballero, que cae maltrecho en las nieves del polo austral. «¿Quién eres? —, pregunta a la mujer? que está a su lado —. Soy la muerte», — dice ella—. «¡Tómame!», —replica él—. «Dame un beso». Y al dárselo sucumbe el Caballero, mientras la Muerte ve brillar más esplendorosa que nunca la Cruz del Sur.
A. Millares Carlo
Parecíale a Gamboa estrecho el marco del teatro. Su pensamiento y su inspiración iban más allá. Y he aquí que, dando prodigioso salto, concibe, planea y da definitiva contextura a su gran fresco postrero, sin par dentro de nuestra escena, y bellísimo y esplendoroso dentro de cualquier escena: «El Caballero, la Muerte y el Diablo», de intención simbólica genial, en que el pensamiento, poético y profundo, señorea la fantasía y canta el más misterioso y fascinador de los cantos. (González Peña)