[Il venturiero senza ventura e altri studi del vivere inimitabile]. Es el primer volumen de las Chispas del mallo (v.) de Gabriele D’Annunzio (1863-1938), publicado en 1924. Su segunda y más densa parte es una larga prosa con el título El segundo amante de Lucrezia Buti (v.) que a partir de 1929 se publicó separadamente, mientras que la primera parte, compuesta de un prólogo y de 15 prosas se siguió publicando con el título antiguo. Las 15 prosas (una de las cuales va seguida de cuatro sonetos) tienen distintas fechas, desde 1896 a 1907; sin embargo, las pocas que se publicaron, efectivamente, antes que aquélla del «Corriere della sera» (la recomposición blasfema de tres parábolas evangélicas, en 1897-1898, y los cuatro sonetos en 1906) pertenecen a una inspiración y un tono muy distintos: las tres parábolas, repitiendo en prosa el hueco ejercicio de estilo ya probado en el Isottéo (v.) con las cuartetas de Eleabani, y los sonetos que se relacionan con el D’Annunzio superhumano, «ore rotundo». Sin embargo, cualquiera que sea la época a la cual pertenezcan las otras prosas (la que indican las fechas puestas, o aquélla de la efectiva publicación, o que sean más verosímilmente el desarrollo dado en esta última época a unos apuntes más antiguos) con más o menos acierto, pertenecen todas al nuevo D’Annunzio que iba naciendo lentamente después de llevar a lo absurdo, en Más que el amor (v.) y en la Nave (v.), el tema superhumano y el tono alto que lo acompaña. Precisamente en la prosa «De la atención», contenida en el volumen, el poeta explica la sensación de «imprevista novedad» que tienen para él los «repentinos motivos», las «inesperadas asociaciones de apariencias y esencias», que se dan en él cuando un grande esfuerzo creativo recién llevado a cabo «deja saciado y harto en mí al artífice»: una especie de «extraño ensueño» en que la realidad «se disuelve, se deforma, se transforma, asumiendo el aspecto de mi más secreto fantasma».
Nacen en efecto todas estas prosas aún cuando no lo denuncian explícitamente, en las pausas de las obras mayores, las únicas consideradas como «obras» por D’Annunzio y aquéllas como chispas escapadas del golpe del martillo y su sentido de pausa donde se afloja un esfuerzo violento, es condición muy poética, como ya ocurrió en Alción (v.) como leve y casi mágico brillar de la fantasía, más allá de los diferentes esfuerzos significativos y constructivos sobre los que se apoyó la labor del artífice. El fluido iluminarse de motivos apenas aludidos, vibración de silencios, aflojamiento de todo cuidado que no sea el de gozar de sí mismo en el flujo de las sensaciones fugaces, y la melancolía que es una especie de goce más recogido: tales son los motivos de poesía de las Chispas, todo lo que fue el mérito de la última tentativa d’annunziana de concepción narrativa, el Quizás sí, quizás no (v.) más allá de la construcción y de la narración. No es que desaparezca, del antiguo D’Annunzio, su continua actitud de superhombre-artista, como se ve en la frase «Estudios de la vida inimitable», muy especialmente en el primero que da el título al libro, donde, contemplando desde la cumbre de una colina, a caballo, el panorama de Florencia, D’Annunzio siente en sí mismo el estremecimiento de codicia, «una especie de lujuria obsidional», de los aventureros medievales al asalto de las ciudades. El tema podría recordar el «Canto amebeo de la guerra» en la Laus vitae (v.); pero mientras que allí, más que el orgullo del victorioso, le guiaba una sombría voluptuosidad de exterminio y muerte, aquí el orgullo es un motivo como otros, y por lo tanto ya aligerado y sombreado de melancolía por el «sin» del título.
En su lugar otros pensamientos menos definidos, imágenes menos completas, aunque poéticamente completas en su vaguedad, matizan la página: olor de lluvia, vuelos de murciélagos o golondrinas, la espuma del caballo, cierto rápido retorno a las mentes del poeta, embriagándole de «palabras que parecerían vanas o remotas a un extraño y que en mi interior resuenan con no sé qué profundas correspondencias». El peligro mayor es cuando la ligereza de los motivos cree encontrar un sentimiento adecuado para sostenerlos en un misticismo que refuerce y guíe la languidez que está debajo del mismo; y se acerca demasiado a los antiguos temas cristianos y paradisíacos. Si aquí no hay la abierta blasfemia tampoco hay la clara decoratividad del Martirio de San Sebastián (v.), como tampoco el sentido del sencillo ejercicio métrico de las Parábolas; hay una blasfemia, me atrevería a decir, agravada por esa muelle vacilación en ser una blasfemia, por ese celo ambiguo, como en los peores pasajes de la Contemplación de la muerte (v.).
E. de Michelis