El Arte Moderno, Joris Karl Huysmans

[L’Art moderne]. Recopilación de artículos de Joris Karl Huysmans (1848-1907), aparecidos ya en el «Voltaire» y en la «Revue littéraire et artistique», comentando los «Salons» oficiales de 1879, 1880, 1881 y las Exposiciones de los Independientes del 80 y 81; sigue un apén­dice del 82. Fue publicado en París en 1883 y reeditado en 1903. El autor, en el año 79, tiene palabras duras para la pintura ofi­cial que con su trivialidad secunda y ex­travía el gusto del público; en los «modernes» (impresionistas) ve la posibilidad de salvación. Entre los modernos que ex­ponen aquel año considera especialmente a Degas, que le parece el más original y atrevido, no sólo por sus dotes figurativas, sino también por la manera de sentir el asunto y expresar su modernidad. En las páginas dedicadas a los Independientes del 80 insiste de nuevo sobre el sentido de lo moderno en dicho artista, quien en sus bailarinas consigue el carácter individual y el espíritu de la profesión con la sensibili­dad más nerviosa y aguda. Un arte similar — afirma el autor — tiene su equivalente en literatura: los Goncourt.

El «Salón» oficial del 80 es definido como «un bazar oficial de ventas»: para justificarlo, hace una selec­ción razonada de nombres y obras que hoy, en realidad, nada nos dicen, únicamente destaca dos bellos Manet, uno de los cuales es la Toilette. La pintura induce a Huys­mans a un paralelismo entre Courbet y Ma­net : la actualidad del primero busca su base en el asunto, la del segundo en el re­novado sentimiento de los valores figurati­vos y humanos; el primero es un hábil, el segundo un inhábil que sufre todas las in­fluencias (Velázquez, Goya, el Greco, los japoneses) y lucha con todo, empezando por sus mismos medios expresivos; pero su obra es la de un maestro que supera a los demás. También el «Salón» oficial del 81 indigna al crítico; le parece que su nota caracte­rística es la invasión del militarismo y de la política en el arte, pues muchos pintores han creído hacer innovaciones, aquel año, representando batallas y hechos políticos. Se habla, en esta ocasión, incluso de ar­quitectura: el autor está convencido de que la arquitectura tradicional, a través del eclecticismo carente de criterio de los últi­mos decenios, ha dado ya de sí cuanto po­día; apropiándose una opinión de Viollet- le-Duc, declara que hay que llegar a una forma monumental, idónea con las posibi­lidades del material hierro: por ahora el hierro sirve — dice — para crear estaciones, fábricas industriales, estadios; mañana ser­virá para edificios de todos los tipos y abo­lirá para siempre las cúpulas, los frontones y las columnas. Como la pintura, gracias a los impresionistas, se ha librado de la aca­demia, como las letras, por méritos de Flaubert, los Goncourt y Zola se han vuel­to hacia el realismo, así se renovará, cuan­do nazca el artista, la arquitectura gracias al hierro.

El comentario a la Exposición de los Independientes de 1881 se inicia con el examen de una bailarina de Degas en cera policromada, refinada y bárbara; en la es­cultura en colores supone Huysmans que se abren nuevos caminos al impresionismo. Pasa a hablar luego con tonos felices de dos paisajes de Pissarro en los que no hay melancolía, alegría, serenidad ni tormento de la naturaleza sino sólo la impresión de la mancha viva de los cuerpos en la luz diurna y al aire libre. Gauguin le parece en cambio notable sobre todo en el desnudo, que siente en el color, con vehemencia, más allá de toda costumbre: es para su tiempo, en relación con el desnudo, lo que Rembrandt para el suyo. De Forain prevé que, pese a sus cualidades, no tendrá éxito por­que pinta acuarelas y pasteles cuando, por prejuicio académico, sólo el óleo es verda­dera pintura. Le parece que con Pissarro el impresionismo ha llegado, en el 81, a su plenitud. Al principio tenía algo de exas­perado que podía hacer dudar de su fuer­za; después, no; lo atestiguan los más re­cientes Gauguin, Degas, Renoir, Manet, Mo- net. En la evolución de la pintura de Ma­net y de Monet, desde una tensión exclusi­va (1876) hasta la serenidad del arte (1882), el autor vuelve a insistir en el Apéndice. Hay que oponer sin embargo que ambos maestros estuvieron en realidad más «exas­perados» en el 82 que en el 76; y que Pis­sarro estuvo más acertado al principio que después. La actitud reflexiva del crítico, bien curiosa, se explica por el hecho de que en el 76 no había comprendido a los impresionistas y le habían parecido locos; en el 81, y más aún en el 82, los aprecia.

Pero no quiere reconocer el error de otro tiempo y prefiere admitir en los pintores un perfeccionamiento que está, por el con­trario, no tanto en ellos como en su propio juicio. De todos modos el Arte moderno, pese a algunas contradicciones y a que prevalezca, de vez en cuando, la sensibili­dad del literato sobre la del crítico de arte, es una recopilación inteligente y viva de impresiones e ideas, espejo sincero del gus­to del momento; recopilación que se rela­ciona, en un momento de cualidad reflexi­va menos alta, con la mejor crítica de arte francesa del siglo XIX.

M. Pittaluga