[Die spdtrómische Kunstindustrie nach den Funden in ósterreich-Ungarn]. Obra del historiador del arte austríaco Alois Riegl (1858-1905), de la que sólo la primera parte, editada en Viena en 1901, pudo ser compuesta por el autor. Aunque el título indique un tema bastante restringido, la obra es una genial exposición histórica de. arquitectura, escultura, pintura y arte decorativo en el período que va desde el siglo IV al siglo VI después de Cristo, o sea desde Constantino a Justiniano. Bajo la denominación de romano-tardío (lo que él llama «Spátrómisch»), Riegl incluye no sólo el arte del bajo imperio, sino también el arte paleocristiano, bárbaro y bizantino, al menos en su primera fase, reconstruyendo la sucesión estilística según una línea de desenvolvimiento única. El libro se propone principalmente demostrar, en contraste con los juicios tradicionales, el valor autónomo y positivo del arte de la antigüedad tardía, en parte afirmado ya por Franz Wickhoff en su obra La «Génesis» de Viena (v.). El tratado de Riegl se funda sobre el reconocimiento de un principio autónomo de la actividad artística, principio de naturaleza espiritual, explicable por una continua transformación en el tiempo de los aspectos más íntimos y esenciales de la obra de arte: forma y color en la superficie o en el espacio.
En virtud de este concepto de «voluntad artística» («Kunstwollen»), en sí abstracto e indeterminado, pero polémicamente muy eficaz, la obra de arte deja de ser un producto mecánico de exigencias técnicas, prácticas y funcionales, según aseguraba el positivista Gottfried Semper, anterior a Riegl, en cuya formación se aprecian sus huellas; tiene así algún fundamento el concepto de decadencia en la historia del arte, a la que el autor concibe como historia de la evolución de los puros elementos formales. Convencido de que «la voluntad artística» de una época se manifiesta de modo equivalente en todas las artes y de que una investigación seria ayuda a esclarecer mejor las tendencias, el autor amplía su investigación inicial de las formas del arte decorativo romano-tardío en un estudio de todos los monumentos más significativos del tiempo: de los edificios profanos a las primeras basílicas y rotondas cristianas; de los relieves del arco de Constantino a los de los sarcófagos de Roma y de Rávena y a los dísticos ebúrneos; de los mosaicos romanos o raveneses a las miniaturas de los códices, y en fin a los objetos de orfebrería. En un capítulo final, Riegl señala el problema, después desarrollado más profundamente por Max Dvorak (v. Historia del arte como historia del espíritu), de las relaciones del arte con las corrientes religiosas, filosóficas y sociales contemporáneas; y resume de modo sistemático los resultados de sus penetrantes análisis de estilo.
Como todo el arte de la antigüedad, también el romano-tardío trata — según Riegl — de crear unidades formales mediante una composición rítmica de superficie; pero al mismo tiempo quiere presentar cada una en su espacialidad cúbica, tridimensional. De ello se deriva, en los casos más típicos, un recíproco aislamiento de las formas, una por una, que, cerradas y selladas en sí mismas, asumen un carácter objetivo, antiindividual, anónimo: el ritmo se hace sucesión uniforme que adquiere valor colorista por el neto contraste del blanco y del negro, de las partes luminosas y de los intervalos ahondados en profundidad, y por tanto, en sombra. Este esquema interpretativo se inserta en una concepción general del desarrollo del arte, por la que desde la representación «táctil», en superficie, de la que son ejemplo los antiguos relieves egipcios, se pasa por grados a la representación «óptica» de las cosas en el espacio libre. Aunque no esté probada su dependencia de Fiedler (v. Escritos sobre arte), con el que tiene de común la derivación del formalismo estético de Herbert, Riegl entra también en el ámbito teórico de la «pura visibilidad» en cuanto interpreta la esencia del hecho artístico en términos exclusivamente formales. Entre tanto, además de construir una psicología y de adoptar una terminología propia, da un paso decisivo respecto a Fiedler y a Hildebrand, reconociendo la relatividad y la legitimidad de todas las formas de la visión artística. Su más alta dote de historiador consiste, sin embargo, además de su posición antipositivista, en su aptitud para comprender íntimamente el espíritu formal de las más diversas culturas figurativas, como lo atestiguan sus estudios sobre otro período también decadente: el barroco romano. Si bien peca de excesivo esquematismo en su estructura teórica y no tiene suficientemente en cuenta las diferencias de valor entre las obras examinadas, el Arte decorativo romano-tardío es, todavía hoy, un exponente de los modernos estudios sobre la materia, la primera tentativa orgánica para comprender el arte de la tardía antigüedad con sus cualidades positivas y con su importancia histórica para la génesis del estilo figurativo vigente en la Edad Media.
G. Dell’Acqua
[Riegl y Wickhoff] son dos máximos historiadores austríacos del arte, que han dado a esta historia una fisonomía completamente nueva; es más, que la han convertido en una ciencia. (H. Bahr)