El Aretino o Diálogo de la pintura, Ludovico Dolce

[Il Aretino o Dialogo della pittura]. Obra del polígrafo veneciano Ludovico Dolce (1508-1568), editada en Venecia en 1557. Son interlocutores del diálogo el gramático toscano Fabbrini y el célebre Pietro Aretino, conocido como admirador inteligente y sin prejuicios de la pintura veneciana, y a quien Dolce confía la defensa de sus pro­pias opiniones, contrarias al culto, enton­ces dominante, por Miguel Angel.

Tres son las partes de la pintura: invención, dibujo y color. A Miguel Angel (a quien no se escatiman las críticas por haber pecado contra el decoro y las conveniencias en el «Juicio Universal»), sólo se le reconoce una primacía parcial en el dibujo, es decir, en la representación de los desnudos en escor­zo y en movimiento, pero Rafael le supe­ra tanto en el dibujo de las figuras vestidas como en la invención, es decir, en el arte de componer con la pintura narraciones históricas y literarias, y en el colorido que hace «a las pinturas vivas, tales que sólo les falta la respiración». Pero aun más alto que Rafael coloca a Tiziano, quien reúne en sí las más excelentes cualidades de los demás pintores y sobre todo ha sabido usar el color de modo que reproduce perfecta­mente la naturaleza. El interés del Diálo­go — que en otros aspectos no se distingue de los acostumbrados tratados académicos sobre pintura, aun por el tono literario y sobriamente erudito — está precisamente en la novedad de esta afirmación, en contras­te deliberado con el ideal plástico y dibujístico del clasicismo de la Italia central. A propósito del color, Dolce encuentra sus acentos más personales: «La mezcla de los colores ha de esfumarse y unirse de modo que represente lo natural y no produzca algo que ofenda a los ojos, como sucede con las líneas de los contornos y la oscu­ridad de las sombras duras y desunidas». Así se niega la función prominente del di­bujo y del claroscuro plástico que caracte­rizaban el gusto romano-florentino, y el relieve se convierte en una calidad del co­lor, que en su tono lo absorbe dentro de sí. La fuerza del colorido no radica en es­coger bellos tonos como material, sino en saberlos manejar convenientemente, o sea en ponerlos de acuerdo o en contraste en la luz.

Pese a estas claras referencias a la nueva pintura de tonalidad, nacida en Ve- necia con Giorgione y con Tiziano, la po­sición de Dolce es más intencionada que efectiva. No sólo, como es obvio, no al­canza la comprensión del color como ele­mento figurativo, en el sentido moderno, limitándose a considerarlo como un medio ilusorio de significación naturalista, sino que tampoco consigue formular sus prefe­rencias con rigor lógico en una teoría del arte. El Diálogo, que precede en un siglo la exaltación del color veneciano que hizo, con sensibilidad mucho más libre y viva, Boschini en sus Veneros de la pintura (v.), tuvo notable éxito y fue traducido en el siglo XVIII a las principales lenguas europeas.

G. A. Dell’Acqua