El Aguilucho, Edmond Rostand

[L’Aiglon]. Drama his­tórico en seis actos, en verso, de Edmond Rostand (1868-1918), estrenado el 15 de marzo de 1900. El «Aguilucho» es el duque de Reichstadt, hijo de Napoleón y de Maria Luisa de Austria, en quien Rostand ve combinados el generoso ímpetu paterno con la cansada vejez de los Habsburgo, figura vacilante hecha de sueños y de incertidumbres, predestinada a una muerte pre­matura. Estamos en 1830: los patriotas fran­ceses tratan de aproximarse al joven du­que y convencerle para que se ponga al frente de un movimiento que le devolverá al trono imperial, pero el «Aguilucho» está dudando, no tiene confianza en sus fuer­zas, minadas ya por la enfermedad, ni en los conspiradores, románticos y aficionados. Más viva y segura es en él la adhesión ideal a la memoria de su padre, cuyas ges­tas ha conseguido conocer con ayuda de una bailarina, Fanny Elssler, a quien creen su amante y es en realidad su devota maes­tra de una historia reciente que, por volun­tad de Metternich, debiera ignorar. En el palacio de Schoenbrunn, el Duque conoce a Flambeau, viejo soldado del Gran Ejército, que le inflama con sus relatos y le impulsa a la acción.

Metternich, que lo intuye, se limita a llevarle ante un espejo: ¿no advierte que todo, en su persona, lleva el sello de los Habsburgo? Es un golpe mor­tal para el joven, quien, desde este momen­to, sólo vive para la próxima muerte; no sabe oponerse a las insistencias de los ami­gos que le impulsan a huir con Flambeau, pero se retrasa; los conspiradores son de­tenidos en la llanura de Wagram. Flambeau se mata y en torno al «Aguilucho», que ha quedado solo junto al viejo soldado mori­bundo, los muertos de Wagram resucitan y señalan en él la víctima expiatoria de la trágica gloria del padre. Sólo frente a la muerte es fuerte: cuando, con un pretexto, tratan de darle los sacramentos en presen­cia de la familia imperial, no se deja en­gañar, comprende y acepta. Su vida, com­pletamente encerrada en la intimidad, in­capaz de acción, se extingue entre las mu­jeres que le han amado% Fanny Elssler y Teresa, la lectora de María Luisa, aun agi­tada hasta el fin por larvas de gloria. El li­rismo bastante amanerado de Rostand no podía conseguir dar vida a un nuevo Hamlet, de modo que el drama se basa más bien en lo que circunda al protagonista — las es­cenas de Corte, el amor de Teresa, las rápi­das escenas de Metternich, los sueños de los conspiradores y sus propios sueños— más que en el protagonista mismo. De ahí la debilidad de la obra, cuya concepción esta­ba demasiado basada en el drama íntimo del «Aguilucho» para poder expresarse com­pletamente sólo en el cuadro y en el vir­tuosismo poético del conjunto.

U. Déttore

De poco sirve tener horror a la guerra; V. Hugo y Rostand acaban casi por hacer aceptar las matanzas de Napoleón. (Renard)