[Fordningsagare]. «Tragicomedia» en tres escenas de August Strindberg (1849-1912), publicada en 1890. Continúa el motivo, tan pasionalmente vivido por Strindberg, del antagonismo entre el hombre y la mujer, y del cálculo, de la crueldad y del engaño de que ésta se vale para afirmarse frente al hombre. Tecla es la mujer-vampiresa: se alimentó de su primer marido, Gustavo, quien la formó en el alma y en el cuerpo a su manera; y se vale de la fuerza recibida para dominar, sorbiéndole el alma, a su segundo marido, Adolfo, que se rebaja para levantarla a ella, que todo lo hace para ella y envilece de esta manera su ingenio. Un día (y aquí empieza la acción) aparece en la casa de la nueva pareja, de una manera inesperada y sin motivo alguno, el primer marido: es el acreedor que llama a la puerta para exigir su crédito (no se sabe muy bien de qué se trata, si del honor que había perdido, o bien de la mujer, a la que continúa atado por el vínculo conyugal).
Tan sólo con su presencia, y gracias a su superior fuerza psíquica, Gustavo lleva a cabo su venganza: pone de manifiesto a Adolfo su condición de hombre explotado y de marido engañado; luego, por sugestión, le produce epilepsia; más tarde compromete a Tecla, sensible a su galanteo, y por fin mata, indirectamente, haciéndole asistir a un encuentro entre él y su mujer, al pobre Adolfo, que fallece a consecuencia de un ataque de epilepsia. El drama, nacido evidentemente de los sufrimientos y de la enfermedad documentadas en la Apología de un loco (v.), refleja vivamente las pasiones y los tormentos de Strindberg, quien estaba convencido de que su mujer, de la que quería divorciarse, era espiritualmente un ser suyo, un vaso que tan sólo él había llenado de su sustancia; sentía celos hacia el futuro marido de ella; creía sufrir ataques epilépticos. De este marco patológicamente pasional, interpretado a la luz de los estudios de psicopatía e hipnotismo, El acreedor recibe cierta esquemática abstracción : Tecla resulta un ser meramente receptor, atraída de la misma manera por todos los hombres, una pobrecita, como dice Gustavo; y por ello no se entiende bien de qué manera pudo absorber poco a poco al desgraciado Adolfo, quien, por su parte, es la pura víctima, contento de ser víctima. Pero, a pesar de este esquema psicológico, el drama resulta atrayente, la acción es rápida, sin nada superfluo, y muy eficaz. Y es que Strindberg dramatizó una vez más situaciones y condiciones psicológicas que constituían su más viva experiencia: la lucha mortal entre los sexos, los débiles y los fuertes, combatida bárbaramente por una humanidad que vaga dentro de la esfera primitiva del honor y de la venganza, sin conocer la caridad, y a la que el hipnotismo ofrece un arma mucho más terrible que el hacha. Quizá ningún escritor consiguió penetrar tan profundamente como Strindberg en aquel fondo cruel y feroz que dormita en todo hombre, que la civilización suele cubrir con un velo y que tan sólo en edades bárbaras aflora abiertamente.
V. Santoli