(Sabiduría de Jesús hijo de Sirach). Es el más largo de los cinco libros sapienciales del «Antiguo Testamento» (v. Biblia), escrito en lengua hebrea por Jesús hijo de Sirach, en los comienzos del siglo II a. de C.; el libro fue después traducido al griego por el sobrino del autor. Por la excelencia de sus consejos los latinos le aplicaron este título, que significa: usado en la Iglesia. En las ediciones griegas el libro se titula Sapiencia de Sirach o Sapiencia de Jesús hijo de Sirach, mientras los Judíos lo denominan más comúnmente Proverbios o Parábolas del hijo de Sirach. Consta de cincuenta y un capítulos y puede dividirse en dos partes desiguales.
La primera (I, 1- XLII, 14) habla en general de la práctica de la virtud, y comprende una serie de preceptos y máximas morales concernientes a la conducta de la vida; se insiste mucho en las excelencias de la sabiduría, cuya naturaleza y propiedad están admirablemente descritas. La segunda parte (XLII, 15-LI, 38) hace el elogio de Dios creador y de los Santos del «Antiguo Testamento» y termina con una acción de gracias a Dios por los beneficios concedidos al autor. El prólogo que el sobrino del autor puso a la versión griega (y latina) no se considera como Escritura divina inspirada. Con su admirable riqueza de enseñanzas el Eclesiástico es todo un código ético de vida en el que se enseña a gozar, con moderación y con sentimientos de gratitud hacia Dios, de los bienes de la vida presente, igualmente lejos de la apatía de los estoicos como del afán de placer de los epicúreos.
Exhorta a sufrir con paciencia, a aceptar la muerte de las manos del Altísimo, a tratar a los amigos, a sentarse con los comensales, a guardar el secreto, a bien vivir la vida conyugal. En sus páginas reveladas se anticipa un poco de la moral evangélica; estamos en el umbral de los tiempos nuevos. Del texto original fueron hallados cerca de dos tercios en una sinagoga del Cairo, entre 1896 y 1900. De la versión griega poseemos dos versiones: una, más pura, en el códice Vaticano y en la edición de Sixto V; la otra, más imperfecta, se conserva en otros códices, de la cual procede nuestra Vulgata.
G. Boson