[Orationes]. Con este título se agrupan los 58 discursos que se han conservado. Representan la mayor y más copiosa actividad ciceroniana, que se desarrolló en estrecha conexión con las vicisitudes de su vida, y se pueden dividir en tres grupos, correspondientes a tres épocas sucesivas: discursos preconsulares (81-63 a. de J. C.), consulares (63) y postconsulares (63-43).
Los preconsulares son: en el 81: la Defensa de Publio Quintio (v.); en el 80: la Defensa de Sexto Ros- cio de Ameria (v.); en el 71: la Defensa de Marco Tulio [Pro M. Tullio]; en el 70: las siete Verrinas (v.); en el 69: la Defensa de Marco Fonteyo [Pro Fonteio] y la Defensa de Cecina [Pro Cecina); en el 67: la Defensa del actor Quinto Roscio (v.); en el 66: la Defensa de la ley Manilia sobre el mando de Cneo Pompeyo (v.); la Defensa de Aulio Cluencio Hábito [Pro. A. Cluentio Habito]. Los consulares son: los tres discursos sobre la Ley Agraria (v.); la Defensa de Cayo Rabino, reo de alta traición (v.); las cuatro Catilinarias (v.); la Defensa de Lucio Murena (v.). Los postconsulares son: en el 62; la Defensa de Publio Comelio Sila. [Pro P. Comelio Sulla]; la Defensa del poeta Aulo Licinio Arquias [Pro A. Licinio Archia poeta]; en el 59: la Defensa de Lucio Valerio Flaco [Pro L. Valerio Flacco]; los cuatro discursos Después del destierro (v.) son: en el 57: la Defensa de Publio Sexto con el Interrogatorio del testigo Publio Vatinio [In P. Vatinium testem interrogatio]; en el 56: la Defensa de Marco Celio [Pro M. Caelio]-, la Defensa de Lucio Comelio Balbo [Pro L. Comelio Balbo]; Sobre las provincias consulares \De provincis consularibusí; en el 55: Contra Calpurnio Pisón ¡In Pisonem]; en el 54; la Defensa de Cneo Plancio [Pro Cn. Piando |; la Defensa de Marco Emilio Escauro [Pro M. Aemilio Scauro]; la Defensa de Cayo Rabirio Postumo [Pro C. Rabirio Postumo1; en el 52: la Defensa de Milán (v.); en el 46; los tres Discursos a César (v.) esto es, la Defensa de Claudio Marcelo, la Defensa de Quinto Ligarlo, la Defensa del Rey Deyótaro; en el 44; las catorce Filípicas contra Antonio.
Si a estos 58 discursos añadiésemos los cincuenta perdidos o fragmentos, tendríamos ante los ojos un cuadro todavía más vasto de la actividad oratoria .de este hombre, sin duda el más elocuente de los romanos, y uno de los más elocuentes que han existido. La elocuencia que era en él un don natural le sirvió de medio y fin a un mismo tiempo; medio, para abrirse camino en la política romana, a la cual no habría podido llegar ni por sus riquezas, ni por nobleza de familia; fin, puesto que, debidamente educada su natural inclinación, de ella logró crear un arte nuevo, muy rico en elementos y valores culturales, filosóficos, históricos, jurídicos, patrióticos, que él quiso superar y transfundir en la página literaria.
La imponente masa de prosa latina que ofrecen sus discursos se ha impuesto a través de los siglos, suscitando en los ánimos de sus admiradores o detractores el problema del ciceronismo, que es en último análisis un fenómeno de cultura estilística, aplicado a una lengua muerta que se tiende a hacer revivir y a universalizar. Solamente la variedad de los temas tratados, la riqueza de los vocablos, la admirable estructura lógica y sintáctica del período, la claridad y la felicidad de sus expresiones, podían crear durante siglos el equívoco, que indujo a identificar la oratoria ciceroniana con la propia latinidad.
Pero prescindiendo de esta falsa interpretación de la grandeza de la oratoria ciceroniana, queda siempre irrefutable el valor literario y artístico de la prosa de Cicerón, no ya separada de su vida y estilísticamente entendida como modelo al que imitar, sino como monumento de claridad raciocinadora, como humano, vivo y palpitante fenómeno de pasión política, de crisis moral, de labor literaria, en la cual los defectos y los méritos se alternan y se enlazan, de manera que hacen imposible separar lo vivo de lo caduco, lo inmortal de lo mortal. Las vicisitudes de los acusados o de los acusadores, los nombres de conocidos y desconocidos, que aparecen en sus discursos no interesan a la gran historia de Roma, sino a la crónica, a los bastidores de la escena política, a la anecdótica forense.
Pero Cicerón no se detiene aquí; cada discurso suyo contiene siempre un problema más general, universal incluso. El reo, el inocente, el magistrado, el sicario, son personajes transeúntes en la escena judicial: detrás de ellos vive, no de ficciones jurídicas, sino con vida propia y tumultuosa, en vísperas de grandes expediciones militares, tumultos, rebeliones y golpes de estado, el Pueblo Romano. La vida de Cicerón sacrificada toda ella por la idea republicana, coincidió en su duración con la de la autoridad de las magistraturas republicanas. Los discursos de Cicerón transcriben punto por punto las fases declinantes de estas antiguas instituciones que iban ya evolucionando hacia el Imperio.
F. Della Corte
Se equivocaría groseramente quien creyese hallar en nuestros discursos judiciarios la expresión genuina de nuestra expresión personal; no ya el lenguaje de las propias opiniones, sino el de las causas y las circunstancias. (Cicerón)
Hombre grande y memorable, se necesitaría otro Cicerón para decir sus alabanzas. (Livio)
Quien guste mucho de Cicerón podrá decir que ha adelantado en la sabiduría. (Quintiliano)
Superior a todos por la elegancia, la suavidad, la abundancia, la facilidad de su latín. (Lipsio)
Que Cicerón no escribiera como el viejo Catón, no es óbice para que sea en todo lo demás, incluso en cuanto al lenguaje, el sumo escritor latino. (Leopardi)
El discurso en defensa de Marcelo no hace honor al ánimo del hombre que poco después hubo de envidiar a los que se habían encontrado en el festín de la muerte de César. (Tommaseo)
Naturaleza de periodista en el peor sentido de la expresión. (Mommsen)
La palabra fue su casa, mejor dicho, su palacio real; y en el mundo antiguo nadie como él supo tan soberanamente emplear la palabra para expresar con nuevo decoro cosas ya dichas y pensadas. (C. Marchesi)