[Discows sur l’oririgine et les fondaments de l’inégalité parmi les hommes]. Ensayo filosófico publicado en 1754. En este célebre ensayo, que constituye una obra maestra de la literatura política mundial, Rousseau establece las bases de su doctrina con la afirmación de que todos los males, las miserias y las demás aberraciones de que se originan las desigualdades humanas, encuentran su causa únicamente en el estado de sociabilidad.
La primera y más elemental noción para resolver el tema propuesto, es la relativa al hombre; pero tal noción es tanto más difícil de fijar, cuanto que el hombre moderno es semejante a la estatua de Glauco «que el tiempo, el mar y los huracanes habían desfigurado de tal modo que la hacían más parecida a una bestia feroz que a un dios». Es necesario por ello rehacer el hombre en estado de naturaleza, cuando su alma todavía no estaba corrompida por los errores y las pasiones de todas clases. El autor parte de dos principios, anteriores —así lo dice — a la razón: el primero es el de nuestro bienestar y nuestra conservación, el segundo proviene de la repugnancia a ver perecer y sufrir a nuestros semejantes.
Partiendo del presupuesto de que la estructura y la figura han sido siempre las mismas, Rousseau ve el hombre primitivo como un ser dedicado a la vida vagabunda y salvaje. Moralmente el hombre salvaje se distingue del animal por ser libre y perfeccionable, lo que le permite no seguir ciegamente su instinto, sino determinarse en el sentido que quiere. En este estado el hombre vive solo, fuera de la sociedad; sus pasiones se limitan a la satisfacción de los deseos naturales, limpias de sobre estructuras sentimentales e imaginarias. Contra Hobbes, el autor niega que un hombre semejante sea malo por naturaleza; por el contrario, está dotado de un sentimiento natural, la piedad, que le inclina a socorrer a quien sufre, sin sombra de reflexión.
Fuera de estos contados contactos, el hombre no frecuenta a sus semejantes y, en tales condiciones, las desigualdades entre los hombres son inapreciables y no van más allá de unas pocas diferencias naturales de fuerza, salud, belleza, etc. «El primero que habiendo limitado un terreno dijo: ”esto es mío”, y encontró gente bastante ingenua para creerlo, aquél fue el verdadero fundador de la sociedad civil». Un hecho de tal clase no se produjo de repente; fue preparado por una lenta maduración. El hombre empezó a sentir la necesidad de estabilidad; se formaron las familias y las cabañas y, sobre todo, surgieron las industrias y la agricultura, en la última de las cuales reside precisamente el germen de la propiedad.
De la propiedad nacieron las exigencias, las necesidades, los lujos; y entonces los hombres se lanzaron en carrera desenfrenada hacia las riquezas, desarrollando todas sus facultades para beneficiarse a costa de los demás. Sólo que de esta tendencia nació también la de imponerse a los demás, de dominar; el rico y el pobre, el más fuerte y el primer ocupante se vieron lanzados uno contra otro como lobos famélicos. Y he aquí que el rico, para salvar lo suyo, concibe el proyecto de emplear a su favor las fuerzas que lo combatían; y poco le costó convencer a los pobres de que iba en interés suyo unir todas sus fuerzas para la tutela común. De ese modo se creó la sociedad civil, se promulgaron las leyes y fue definitivamente destruida la libertad natural del hombre.
Así pues, como el derecho de libertad, por provenir de la misma naturaleza, no puede ser cedido, se sigue que los poderes políticos, fundados sobre dicha cesión nula, son por definición arbitrarios. La desigualdad política trae consigo la desigualdad civil, hasta recorrer el trágico ciclo, cuya fase culminante consagra una común desigualdad, opuesta a la natural: el despotismo, en el cual todos son igualmente esclavos, porque ya no son nada «pues no tienen más ley que la voluntad del señor».
En este opúsculo los contemporáneos vieron una despiadada requisitoria contra las instituciones sociales y políticas de su tiempo y aclamaron en el autor al osado cirujano que se atrevió a hundir el bisturí en lo profundo de la llaga El Discurso señala un momento fundamental en la historia de las doctrinas políticas, pues contiene las premisas de la doctrina que Rousseau desarrollará en el Contrato social (v.). Según Solari, el pacto que insinúa el Discurso, es la resultante empírica de un proceso histórico que consagra legalmente un estado injusto, mientras el del Contrato social es el nuevo pacto que habrá de sustituir al primero: obra de la razón y del derecho, destinado, según el idealismo soñador de Rousseau, a garantizar el imperio de la justicia y de la felicidad. [Trad. de M*** (Madrid, 1822) y de I. López Lopuya (Madrid, 1886)].
E. Rèpaci