Dido, Juan Cruz Varela

Tragedia en tres actos del poeta argentino, el más completo hombre de letras de la Revo­lución y del período subsiguiente hasta él romanticismo. Publicada en 1823, es un tras­lado en acción del asunto del IV canto de la Eneida, compuesto en el romance ende­casílabo frecuente en las tragedias pseudo- clásicas españolas del siglo XVIII. Ajustándose a las unidades de tiempo y de lugar, la acción trascurre en el palacio de la reina de Cartago. Eneas ha resuelto partir: lo sa­bemos por las escenas iniciales en que dia­logan sus capitanes Sergesto y Nesteo, quie­nes se alejan lamentando el dolor de la reina. Llegan Dido y Ana, su hermana.

A través de muchas vacilaciones la heroína confiesa la pasión que se ha encendido en ella por Eneas, y su culpa. Cuando Dido se entera por Barcenia, la nodriza de su difunto esposo Siqueo —convertida con de­coro dieciochesco en dama de Palacio — que los troyanos parecen decididos a alejarse en secreto, le ordena que llame a Eneas a su presencia. En el segundo acto el héroe con­fía a Nesteo sus sentimientos; demasiado re­flexivos, se ha dicho, para un personaje trá­gico, el cual, sin combatir, se rinde al de­ber. Cuando se encuentra frente a Dido, ésta, increpándolo, le reprocha su abando­no, pero Eneas, si bien declarando su amor y su gratitud, se mantiene firme en obede­cer a la voluntad de los dioses, sin que tampoco lo hagan desistir de su propósito las razones de Ana, que ha sustituido a su hermana en la escena.

La acción del tercer acto es más animada. En ella se desata la violenta agitación que posee el corazón de Dido, combatido por inspiraciones contra­rias, aunque fijo en un solo sentimiento, su amor por Eneas. Una señal aciaga precede el trágico desenlace: mientras Barcenia ofrecía las libaciones a las cenizas de Siqueo, el fuego se apaga, el vino se con­vierte en sangre y la tumba se abre y se cierra tres veces con estrépito. Confirma Dido que la vengativa voluntad de su es­poso es que ella muera, y movida por el terror, los remordimientos y el abandono en que Eneas la deja, se mata en presen­cia del amante — quien ha ido a consolarla antes de partir—, de sus capitanes y de Ana. Sus últimas palabras son dirigidas su­cesivamente a Siqueo y a Eneas: «¡Sombra amada!… y tú me matas». La tragedia con­cluye con esta exclamación de Eneas: «¡Qué funesto presagio llevo a Italia!». El vigor de los versos que expresan la pasión de Dido compensa la desnudez dramática de una tragedia más propia para la lectura que para el teatro.

R. F. Giusti