[Philosophis-che Gespráche]. Obra publicada en Berlín en 1817, en la que se expresan en forma de diálogo, por considerarlo la forma más apta para poner de relieve la dialéctica íntima del pensamiento, las ideas filosóficas del autor, para cuyo esclarecimiento sirven los Escritos póstumos y epistolario [Nachgelassene Schriften u. Briefwechsel], publicados en dos volúmenes por Tieck y von Raumer en 1826.
Es imposible, por razones de sencillez y claridad, seguir el desarrollo del diálogo, que, por otra parte, está falto de humanidad en los personajes y en sus respectivas posiciones, no siendo más que un simple esquema de la tensión investigadora interior. En general, el punto de partida de Solger es el de la filosofía de la identidad de Schelling, y su esfuerzo — que corresponde, aunque por vías diversas, con el del Schelling de los últimos tiempos — reside en la justificación, ante la inmanente realidad total de lo Absoluto, del mundo de lo finito, de la realidad individual y de las varias direcciones de la espiritualidad.
Dios es para Solger lo Absoluto, la esencia única y eterna, pero hay en ella —y aquí la experiencia de Bóhme, ya recordada por Schelling en sus Investigaciones filosóficas sobre la naturaleza de la libertad humana [Philosophische Untersuchungen über das Wesen der menschlichen Freiheit, 1809], se pone de relieve— un momento de negación que se expresa en la posición de Dios como apariencia de sí mismo, como su mero y propio no ser, como mundo separado y diferenciado en las múltiples individualidades, cuyo «principium individuationis» es este no-ser divino, que una revelación inmanente — el sacrificio y el amor divino concluyen así la historia del mundo en la realidad única de Dios — resuelve y redime.
El proceso de esta revelación y redención del hombre constituye su vida espiritual. Pero la conciencia común vive en la experiencia de una infinita variedad de datos, de posiciones existenciales que contrastan entre sí, y este contraste se acentúa en la posición existencial de tal conciencia misma. El esfuerzo hacia la universalidad está continuamente contrarrestado, y frente a lo múltiple y lo particular se nos aparece únicamente como abstracciones. Precisamente esta experiencia inclina a la conciencia a entrar en sí misma, como autoconciencia, y a recoger, junto con su propia finitud, la presencia del infinito que la reconoce, que la juzga y que la resuelve en sí, para descubrir en este propio acto la inmanencia de lo divino, esto es, de la idea, que no es la abstracta unidad y universalidad, sino la interioridad del Uno y del Eterno en lo finito, que lo resuelve, que lo consagra, para absorberlo en sí.
Esta autoconciencia de lo Absoluto, no como identidad estática, sino como vida, o, en otras palabras, la idea, que es en su pureza la esencia misma de Dios, se nos manifiesta en formas diversas. Una, la idea de la verdad, como conciencia de la inmanente unidad de lo particular y de lo universal, de lo finito y lo infinito; otra, la idea del bien como proceso y deber ser de tal unidad. La dialéctica de la teoría y de la praxis del límite impuesto a la contemplación y resuelto en el fin ilimitado de la acción, domina la vida espiritual. Pero ésta no sólo es, por parte de la persona, un presuponer lo divino como realidad o como tarea; en su más profunda esencia, es participación de lo divino: es acto que traduce la idea en apariencia y la apariencia en idea, que realiza lo infinito en lo finito y resuelve éste en aquél, según una dialéctica inmanente, y esto realizándolo en dos direcciones: como dialéctica del yo, que se da y se niega, resolviendo su existencialidad en la existencia del todo, y ésta en Dios; o como dialéctica del mundo que se da y se niega resolviendo su existencialidad en la existencia del yo y ésta en Dios.
Estos son los dos caminos de la redención total, de la participación en lo divino: la vía del arte y la vía de la religión, a las que corresponden las ideas de la belleza y de la santidad. La unidad dialéctica de lo divino, no está en ellas de manera súbita y presupuesta, sino vivida en un proceso, en una actividad infinita, que en cada momento se termina y apaga en sí misma. La posición y el método de Solger son, en general, los del idealismo, en cuyo mundo de consustanciaciones míticas se mueve; su originalidad reside en el vivo sentido de la problemática espiritual, que se expresa metódicamente como una acentuación de la antinomicidad en el proceso dialéctico, cuya síntesis no es la idea en sí, sino la idea en cuanto es vida, proceso, lo que le permite afirmar la independencia, y aun más el predominio de la esfera estética y religiosa.
A. Banfi