Obra publicada en 1798. En 1798, los miembros del primer cenáculo romántico, que se hallaban reunidos en Dresde, hicieron repetidas visitas a aquella célebre Galería. De vuelta a Jena, August Wilhelm y su mujer Carolina (v. Cartas del primer Romanticismo), escribieron este diálogo de poco más de cien páginas, que Walzel definió como: «la contribución más madura del Romanticismo en el campo de la crítica artística».
Como todo el Romanticismo, también esta crítica fue revolucionaria; combatió el culto de lo antiguo y exaltó el gótico y la inspiración cristiana; al criterio raciocinante de Winckelmann contrapuso la fe en el entusiasmo. El Diálogo es un himno a las obras maestras italianas de la Galería de Dresde; exalta sobre todo a la Madona de San Sixto de Rafael (esta parte fue escrita por Carolina). Proclama «la existencia de un mundo mítico cristiano» cuyos personajes hace ya mucho tiempo que fueron tratados por el arte.
Afirma después, y también ésta es una posición de vanguardia, la importancia de la pintura de paisaje, por la cual los antiguos mostraron escasa sensibilidad. Muy alabados son, por tanto, Salvator Rosa, en cuyos paisajes Carolina veía por primera vez el «enlace de los sentimientos» (lo que más tarde fue llamado la «Stimmung»), Ruysdaél, y sobre todo Claudio de Lorena. Esta concepción tan moderna que los románticos tuvieron de la pintura, culmina con el concepto de que —en oposición a la escultura, esencialmente «forma»— la pintura es sobre todo «aparición» («Schein»), esto es, color y luz; y que el artista debe transfigurar en sí estas apariciones («Die Kunst solí den Schein idealisieren»).
B. Allodoli