Demostración de la Existencia y de los Atributos de Dios, Samuel Clarke

[A Demonstration of the Being and Attributes of God]. Obra de Samuel Clarke (1675- 1729), escritor polifacético y erudito que, llamado en 1704 a pronunciar una serie de conferencias subvencionadas gracias a un legado del célebre científico Boyle, demostró la existencia de Dios con tal éxito que al­canzó la celebridad. Clarke era un raciona­lista como los deístas, pero en la Demostra­ción, publicada en 1705-6, vuelve el arma de la razón contra el deísmo y la incredulidad dominantes, contra Hobbes y Spinoza, sos­teniendo que la religión racional y la li­bertad militan a favor de la religión cris­tiana. Su demostración, de un tipo comple­tamente distinto a la de Cudworth (v. Ver­dadero sistema intelectual), hizo efecto por el rigor y la sobriedad de su estructuración lógica. Ésta parte de la proposición funda­mental de que algo debe haber existido des­de toda la eternidad como principio de lo existente múltiple. Saber que este Ser ne­cesario existe, no quiere decir conocer su existencia: son absurdas e insignificantes todas sus definiciones didácticas. Todo lo más que nos es dado saber son ciertas cualidades, ciertos atributos. El primero es, sin duda alguna, la eternidad, que resulta sin más del hecho de que este Ser existe por sí mismo. El segundo, la inmensidad, puesto que un Ser perfecto debe existir en todo y en todas partes. Por lo tanto, tam­bién debe ser infinito en el espacio. Clar­ke demuestra así que el Ser necesario debe ser único: con todo no es idéntico al uni­verso materi

al porque, según el autor, no sería entonces único. Solamente con la pro­posición siguiente Clarke entra decidida­mente en pugna con el ateísmo. Hasta este punto, también los ateos pueden estar de acuerdo: lo que niegan es que el Ser ne­cesario esté dotado de razón. Primero, el mundo presenta diversas cualidades, di­versas bellezas: y puesto que la causa debe ser superior al efecto, el ser necesario debe ser más perfecto que toda cosa mundana. Mientras San Anselmo parte de la consi­deración de Dios como Ser perfectísimo, Clarke demuestra, por vía inductiva, que el Ser necesario debe ser perfecto, preci­samente porque considera que no podemos definir sin más la naturaleza del Ser ne­cesario, sino sólo algunos de sus atribu­tos. Puesto que una cualidad de los se­res que hay en el mundo es la inteligencia, el Ser perfectísimo no puede estar privado de esta cualidad. Llegado a este punto, el resto de la demostración no ofrece dificul­tad: el Ser inteligente debe ser también libre, dotado de poder infinito, sabio, bueno, justo y verdadero de una manera infinita. El autor llega a la conclusión de que la existencia de Dios se fundamenta en prue­bas tan lógicas que el ateísmo, el escepti­cismo y el fatalismo son imposibles. En realidad, él se inclinó a las tendencias racio­nalistas de su época, e intentó reconstruir el Dios tradicional con método estrictamen­te matemático, si bien con desviaciones in­ductivas. Pero frente a este racionalismo no se ve de qué puede servir la Revelación, ni qué lugar ocupa Cristo, el verdadero pun­tal de la fe tradicional: y no extraña que el racionalismo haya terminado por condu­cir más tarde a Clarke a una concepción arriana. En esta obra, Revelación y Cris­to aparecen sólo a última hora: Clarke dice brevemente que Cristo vino al mundo para revelar a los hombres algo de la esen­cia y de los atributos de Dios. Y con este acotamiento final a la concepción ortodoxa de la religión, destruye en realidad el valor de toda la laboriosa demostración prece­dente.

M. M. Rossi