[Del purismo delle arti]. Manifiesto del movimiento purista, publicado en Roma, redactado en 1843 por el literato y pintor Antonio Bianchini (1803-1884) y suscrito por el pintor alemán Johann Friedrich Overbeck (1789-1869), por el pintor Tommaso Minardi (1787-1871) y por el escultor Pietro Tenerani (1789-1869).
El purismo italiano, directa propagación del precedente movimiento de los «nazarenos: alemanes capitaneados en Roma por Overbeck, se proponía reaccionar, como éste, contra el neoclasicismo imperante, volviendo a afirmar en el campo de las artes figurativas los valores de la religión cristiana, fortalecidos por el Romanticismo. En su escrito Bianchini se refiere al origen del purismo, bautizado por él así, por analogía con el movimiento literario promovido por el padre Cesari, que tendía a reivindicar la dignidad artística de la imitación de los escritores del siglo XIV como perfectos modelos de estilo.
Después de la enunciación polémica de los defectos vulgarmente atribuidos a los puristas, a los cuales se culpaba de copiar mezquinamente la naturaleza, de querer reducir de nuevo el arte a su infancia, de odiar a los artífices del claroscuro y despreciar no sólo a Miguel Ángel y a Correggio sino también las obras últimas de Rafael, el escritor expresa con mucha claridad sus convicciones. El purismo no se propone la imitación estilística de los primitivos, sino, por el contrario, que todo artista debe seguir su propia índole; sólo pretende aprender de los primitivos a representar de manera sencilla, severa, evidente, el tema de las pinturas. La ostentación de la propia habilidad en vencer las dificultades del arte debe evitarse, por ser nociva al recto fin del artista; cada pintura debe, en efecto, hablar al alma, y este propósito esencial no es descuidado por la exterior belleza de los medios, esto es, por el dibujo y el colorido que han de servirlo. También hay que huir de la rebuscada erudición al representar escenas de otros tiempos y países: más vale, en todo caso, la tosca ingenuidad de los antiguos.
Tales son, expuestas sucintamente, las ideas de Bianchini, dirigidas sobre todo contra el frío academicismo neoclásico y la habilidad técnica como fin por sí mismo, y en favor de una viva exigencia de seriedad moral y religiosa: de ésta se origina el culto a los primitivos que une a puristas y «nazarenos». A la sinceridad de tales intenciones no correspondieron resultados artísticos tan sinceros, y ni los puristas ni los nazarenos consiguieron contraponer a la academia neoclásica más que un convencionalismo formal no menos estéril y, en el fondo, también anacrónico, por interpretar equivocadamente el lenguaje pictórico de Giotto, Angélico y otros «primitivos». Con todo, históricamente no se puede despreciar, ni mucho menos, la importancia del purismo, por haber abierto el camino al romanticismo en las artes figurativas, favoreciendo toda una nueva orientación anticlasicista del gusto.
G. A. Dell’Acqua