[De cultu foeminarum]. Tratado de Quinto Septimio Florencio Tertuliano, apologista cristiano, natural de Cartago (siglos II-III). El autor se propone combatir el lujo femenino, pero se extiende también acerca de temas más vastos e importantes. La obra consta de dos libros que no tratan metódicamente del mismo tema, sino temas afines; el primero del lujo, de los vestidos y ornamentos; el segundo de los artificios y afeites. El lujo es combatido como la obra del demonio; la razón muestra lo vano que es el uso de ornamentos que no nos procuran otra utilidad, pero que parecen preciosos sólo porque llegan de países lejanos; las mujeres deben liberarse del deseo de agradar, que es causa de tantos males; lo importante es que plazcan a sus maridos, los cuales, si son cristianos, las aman por sus virtudes morales, y, en todo caso, desean que se conserven castas. El usar afeites y querer mejorar el propio semblante es un acto de rebelión contra Dios, que ha creado también nuestro aspecto exterior. Uno por uno, el autor va pasando revista a todos los artificios que la moda impone, con el fin de burlarse de ellos, deteniéndose sobre todo en las variedades de los tocados y el uso de pelucas; su obra es notable también para la historia del traje, que observa y describe con mucha vivacidad y realismo.
Al comienzo de su escrito, Tertuliano adopta un tono bastante modesto y se excusa de tener que pronunciar un sermón para «sus hermanas», pero después se enardece en su tratado, que anima con imprecaciones y muchos rasgos irónicos y satíricos, y termina amenazando a las mujeres que no saben vivir modestamente, con el castigo divino en el Juicio Universal; a las mujeres demasiado ocupadas en pensamientos mundanos, que son tan numerosas, contrapone la verdadera mujer cristiana, tan modesta en su aspecto, como en su ánimo, dada al trabajo, a la casa y al bien del prójimo. En la descripción de esta mujer se muestran el ardor de la fe religiosa y la firmeza moral del autor. En efecto, Tertuliano siente e introduce incluso problemas que parecen secundarios, en sus más vastos principios morales, de los cuales, también sus obras menores dan significativo testimonio.
E. Pasini