Del Arte de ver en las Bellas Artes del Dibujo según los Principios de Sulzer y de Mengs, Francesco Milizia

[Dell’Arte del vedere nelle Belle Arti del disegno Secondo i principi di Sulzer e di Mengs]. Tratado breve de Francesco Milizia (1725-1798), edi­tado en Venecia en 1781 y después reedi­tado y traducido varias veces. La primera parte del corto escrito, que es un carac­terístico documento del rígido puritanismo neoclásico y de la índole polémica del autor, examina obras de escultura de la antigüe­dad, del siglo XVI y de la época barroca expuestas en museos e iglesias de Roma. Mientras alaba extraordinariamente el Apo­lo de Belvedere, la Venus Capitolina y el Laocoonte, Milizia critica con sarcásticas palabras el Moisés de Miguel Angel «ves­tido como un hornero», el Cristo de la Minerva y el grupo de la Piedad, también de Buonarroti, en San Pedro («la anatomía es mucha, según su costumbre, y la expre­sión, cero»). También es severísimo el jui­cio sobre las obras de Bernini, como el Apo­lo y Dafne, al que falta «toda belleza de formas». A continuación el escritor defi­ne, con frecuentes citas a la estatuaria grie­ga, el objeto de las artes figurativas, es decir el bello ideal, que es un todo resul­tante de la selección y de la combinación de las partes más bellas de la naturaleza.

Otras reflexiones se refieren al dibujo, re­ferido académicamente, a la gracia, a la elegancia, a la variedad del estilo (grande o sintético, mediano y pequeño), a la ex­presión definida en relación con el sujeto. Objetivo último y general del arte es una «fácil y agradable utilidad»: presentando imágenes de perfecta belleza, se convierten en instrumentos de perfección moral. De ahí la necesidad de que no se abandonen a ellas mismas sino que caigan bajo la disciplina de unas leyes. Anticipando con­ceptos realizados en parte por la política artística de Napoleón, Milizia confía al le­gislador la obligación de difundir el buen gusto en toda la nación y de hacer que las artes no pierdan de vista su verdadero fin ni se conviertan en pasatiempo o extrava­gancia. Después el escritor discurre sobre el arte de pintar, que difiere de la escultura sólo por algunos medios propios, como el claroscuro y el color. Una rápida mirada sobre la historia de la pintura se resuelve en la condena de todo el arte desde tiem­pos de Constantino hasta Rafael, cuya ex­presión y dibujo alaba, y en el elogio de Mengs que ha sabido apropiarse lo mejor del mismo Rafael, de Ticiano, de Correggio y de los antiguos. Más interesante es el ca­pítulo sobre la arquitectura. Ésta, desde que encontró en las primitivas cabañas rústicas un modelo que imitar y embellecer, partici­pa de los caracteres de las bellas artes y obedece a las leyes de la simetría, de la euritmia y de la conveniencia. Pero como se basa también sobre las necesidades- cons­tructivas, ocurre que hoy su ornamentación deriva de la misma naturaleza del edificio y responde a una función. Según tales prin­cipios Milizia reseña algunos edificios céle­bres de Roma, antiguos y nuevos, no esca­timando entre otras cosas ásperas ironías a la arquitectura de San Pedro.

El libro de­bió sobre todo su éxito a la violencia con que el autor combatió, en nombre de la abstracta y vaga receta neoclásica del bello ideal, al arte barroco y a Miguel Angel, directo responsable, a sus ojos, de aquél. Teóricamente Milizia depende de las obras de Sulzer (v. Teoría general de las be­llas artes) y de Mengs (v. Pensamientos sobre la belleza y el gusto en la pintura). Algo más personales son sus ideas en rela­ción al funcionalismo arquitectónico, des­arrolladas con mayor amplitud en sus Prin­cipios de arquitectura civil ,(v.).

G. A. Dell’Acqua