De las Conjeturas, Nicolás de Cusa

[De coniecturis]. Obra del filósofo alemán Nicolás de Cusa (Nicolás Chrypffs de Cues, 1401-1464). To­do lo escrito, en dos volúmenes, se pre­senta como un complemento de la Docta ignorancia (v.) y se ocupa de una mane­ra particular del problema del conocimien­to. Como Dios ha creado el mundo, así el espíritu humano crea su mundo cognosci­tivo, pero mientras Dios conoce de una manera perfecta el mundo que ha creado, el hombre no puede más que conjeturar sobre su Dios y sobre la realidad de la creación. El dualismo entre Dios y el hom­bre es imposible de colmar, puesto que «finiti et infiniti nulla proportio». De lo que se desprende que un conocimiento infinito y absoluto es imposible para el hombre y nuestro saber está sujeto a las cosas finitas.

La lógica del finito, que es la de Aris­tóteles, no puede, pues, ser aplicada a Dios; de manera que toda teoría racional está condenada a favor de una teología mística. Pero si a Dios es solamente posible acercársele por medio del amor intelectual y del éxtasis, este éxtasis presupone un com­plejo movimiento del espíritu y del cono­cer, por lo cual esto no es una compren­sión inmediata de la verdad, sino gradual acercamiento a Dios y a la verdad. Con esto Cusa supera sin más el dogmatismo medieval y encamina la filosofía hacia el fin que luego será alcanzado por Kant y Hegel. Los grados del conocimiento son descritos por Cusa en una especie de feno­menología: el primer grado es representa­do por el múltiple conocimiento de lo sen­sible, el cual es recogido por la imagina­ción y juzgado por la razón. La razón es, empero, conocimiento de lo finito y como tal está ligada al principio de contradicción por medio del cual no puede jamás explicarse y unir los opuestos. Las matemáticas son la ciencia más perfecta de la razón, pero también está sujeta a lo finito a pesar de que Cusa admita también una matemática simbólica del infinito.

La forma más per­fecta de conocimiento es alcanzada por el intelecto que es libre del principio de con­tradicción y, por lo tanto, puede conciliar los opuestos refiriéndolos a la unidad de Dios. Pero esta unidad en sí es inaprensible por el intelecto: en el momento en que el pensamiento alcanza su máxima perfección, cesa también su actividad. La fenomeno­logía del conocimiento conduce así a la visión de todas las cosas en Dios, visión, sin embargo, que no es posible si no es mediante el proceso por medio del cual ha sido alcanzada. El conocer humano no es, pues, jamás positivo, sino que es con­ciencia del propio saber, docta ignorancia, y por esto no alcanza nunca el límite, Dios, sino que es progresivo pensar conjetural sobre Dios y sobre la realidad.

E. Pací