Novela del autor inglés Benjamín Disraeli (lord Beaconsfield, 1804- 1881), publicada en 1844. Ésta, como las demás novelas del mismo autor, no es más que una viva proyección literaria de las teorías políticas y sociales del gran estadista que, sobre todo después de las agitaciones de 1839 y la subida al trono de la reina Victoria, empezaba a destacar con su programa de la «Joven Inglaterra» patrocinando el abandono de nocivos individualismos y la fusión de las clases sociales, para una renovada colaboración nacional en interés superior del país. Coningsby es huérfano del segundón del duque de Monmouth, y su educación es confiada a Rigby, el poco escrupuloso secretario del duque. En Eton, Coningsby encuentra al joven Oswald Millbank, hijo de un rico industrial que ha sido educado en el desprecio de la nobleza. Después de un período de abierta hostilidad ambos jóvenes se hacen amigos íntimos, incluso Coningsby se enamora de Edith, hermana de Oswald, pero el duque, abuelo de Coningsby, y el industrial, padre de Edith, se oponen ambos ferozmente a las bodas de los jóvenes.
El anciano Monmouth, que entretanto se ha vuelto a casar con la jovencísima e infiel Lucrecia, por instigación de su mujer y de Rigby deshereda a Coningsby. Pero Rigby revela también al duque la infidelidad de su mujer, de modo que la arroja de su casa y al morir deja su enorme fortuna personal a una hija ilegítima, Flora Billebecque. Coningsby, obligado a trabajar para vivir, emprende la carrera de leyes e incluso presenta su candidatura al Parlamento. Viendo que el joven demuestra ser capaz de bastarse a sí mismo, Millbank padre modifica la opinión a su respecto y le concede la suspirada mano de Edith. Entretanto también Flora Billebecque muere y deja a Coningsby, que ha sido elegido diputado, cuanto heredó de Monmouth. El libro presenta una hábil y afortunada combinación de sentimentalismo agradablemente optimista y de preciso realismo, lleno de intenciones polémicas contra la sordidez del espíritu y la densa ceguera política de las viejas clases dirigentes.
L. Krasnik
El dandismo de Benjamín Disraeli siempre tiene algo del dandismo de un dependiente de lujo de una tienda de lujo. (E. d’Ors)