[De beata vita). Tratado de San Agustín (Aurelius Augustinus, 354-430), informe acerca de tres discusiones que tuvieron efecto entre el filósofo y sus amigos durante tres días consecutivos con ocasión de su cumpleaños trigesimotercero, en el año de su conversión (386), sobre el tema de la felicidad.
El «sobrio banquete, tal que no pudiese ofuscar nada la inteligencia», se celebró en el retiro de Cassiciacum, y en él y en la discusión académica que siguió, además de su madre Ménica, de los compañeros de su retiro Trigecio y Licencio y su hermano Navigio, tomaron parte sus primos Lastidiano y Rústico; también estaba presente el hijo de Agustín, de catorce años, Adeodato, de ingenio superior a su edad. San Agustín no advierte que la redacción de la discusión estaba entremezclada con la dirigida Contra los académicos (v.). Esta obra, dedicada a Teodoro Manlio, después de un magnífico cuadro de la humanidad que navega por el océano de la vida en busca del puerto cerrado por la formidable montaña del orgullo, se inicia con el «banquete del alma». No es feliz el que no tiene lo que quiere; pero no todo el que tiene lo que quiere (por ejemplo lo que está mal) es feliz.
Ni siquiera lo es quien posee bienes de naturaleza, caducos y precarios, o tales que no puedan saciar su sed de felicidad. Sólo Dios es un bien estable que puede de lleno saciar nuestras necesidades: sólo quien lo posee es por ello feliz. ¿Pero quién lo posee? «Quien vive bien»; «quien hace lo que Dios quiere», dicen los amigos. «Quien tiene la pureza del alma», dice Adeodato. La segunda discusión intenta profundizar estas respuestas. En la tercera discusión, entre retórica y juguetona, brillan chispas luminosas: «Si quien busca a Dios hace lo que Dios quiere y vive bien…., y quien busca a Dios no le posee todavía (precisamente lo contrario de «no me buscarías si ya no me poseyeses» del Dios de Pascal), no deberá creerse que posea a Dios, sin más, quien vive bien o hace lo que Dios quiere… y entonces ¿diremos que nadie puede llegar a Dios si no lo busca, y que quien aún lo busca no lo ha alcanzado todavía, aunque viva bien; y no ya que todo el que vive bien, posee a Dios? A mí me parece ciertamente que-no hay nadie que no posea a Dios: sólo quien bien vive lo tiene propicio; el que vive mal, adverso.
Mal, pues, concluimos ayer que es feliz quien posee a Dios, puesto que todos lo poseen, sin que por ello todo hombre sea feliz». En el día tercero, la disputa versa sobre cuestiones sutiles: si todo el que tiene, esto es, siente, necesidades es desgraciado; y si, por el contrario, todo el que es desgraciado tiene necesidades; y se concluye que ser feliz no es otra cosa que no sentir necesidades, esto es, ser sabio; y por lo tanto es sabio todo el que es feliz. Conclusión estoica que pasa a ser cristiana por el puente de la identificación dela sabiduría divina con el «Hijo de Dios». Poseer al Hijo de Dios es poseer la verdad y gozar de Dios. Pero en las Retractaciones (v.) San Agustín añadirá que sólo en la «vida futura» se podrá conseguir esa felicidad. Discusión brillante, de tono convival y brioso, más que profunda y original en los conceptos y persuasiva en las demostraciones. [Trad. del P. Fr. Victorino Capánaga en Obras de San Agustín, I (Madrid, 1957)].
G. Pioli