[Du vrai, du beau, du bien]. Obra filosófica de Victor Cousin (1792-1867), filósofo francés fundador del eclecticismo, es decir, aquella doctrina que pretende aunar el empirismo con el racionalismo dogmático, llegando en realidad a un esplritualismo genérico y abstracto.
La obra (la única verdaderamente sistemática de Cousin) fue escrita en 1853; sin embargo, recoge las lecciones juveniles y resume los resultados del eclecticismo espiritual del autor, quien quiere que de él los jóvenes aprendan a levantar sus corazones en el respeto de la Religión, de la Patria y de la Virtud. Si las grandes escuelas filosóficas del siglo XVIII, es decir, la de Locke, de Kant y de Reid, dieron demasiada importancia a los sentidos, la razón y el sentimiento, y si llegaron con sus últimas conclusiones al escepticismo, el siglo XIX debe conseguir, según Cousin, rehabilitar de un modo inteligente las varias soluciones que aquellas escuelas dieron con referencia a los varios problemas de la filosofía, acogiendo a la vez aquella parte de verdad que en cada una de aquellas doctrinas está contenida tan sólo de un modo parcial; de manera que confía en que con el eclecticismo se funde un sistema que abrace toda la realidad y constituya el triunfo de la filosofía en el siglo XIX.
Y esta gran síntesis ecléctica, Cousin la aplica a la solución de los tres problemas fundamentales, de la verdad, belleza y del bien. En lo relativo al problema de la verdad, o del conocimiento, el eclecticismo, aun sin acoger la pretensión de la escuela empírica, según la cual la experiencia nos da toda la verdad, reconoce a Locke el mérito de haber comprendido que la sensibilidad es la condición indispensable de todas nuestras facultades, como quiera que la psicología enseña que todo ejercicio del alma tiene por condición una impresión ejercida sobre los sentidos. Por otro lado, el eclecticismo supera al lockismo, reivindicando con Kant los derechos de la razón como facultad de la verdad, bondad y belleza: todas las pretensiones del empirismo se rompen, en efecto, contra la incontestable presencia en nuestro espíritu de principios superiores a la experiencia. Por lo que se refiere al problema de la belleza, el eclecticismo de Cousin concluye que si es cierto que el arte se expresa con formas sensibles y está relacionado con la fantasía y los sentidos, también es cierto que existe una belleza ideal, cuyo principio eterno nos da la razón y no la experiencia.
Por lo que atañe a la moral, el eclecticismo no quiere hacer la virtud incompatible con la felicidad, mejor dicho, quiere conciliar instinto y deber, aunque reconociendo el bien como principio universal que nos dicta la razón. Además, acogiendo también los resultados de la filosofía de Reid, el eclecticismo afirma la importancia del sentimiento como guía de nuestra vida, allí donde los sentidos nos nublan y la razón nos hace rígidos. La conciencia llega así, a través de los tres grados de sensación, razón y sentimiento, a las grandes verdades estéticas, morales y metafísicas, las que, sin embargo, en cuanto necesarias, presuponen la existencia de un ser absoluto que es la Verdad absoluta, Belleza perfecta y justa Providencia.
Según Cousin, pues, el eclecticismo llega a la religión no por hipótesis arbitraria, sino remontándose hasta el autor de las verdades universales que existen en nuestra conciencia. Concluye que esta doctrina, aunque en su sencillez, está animada por el ardiente deseo de la grandeza moral de la humanidad, que ya inspiró a Sócrates y a Platón. En realidad, aparte de esta sincera indagación de lo ideal, el eclecticismo no tiene ningún valor especulativo concreto, y tras una grande y efímera resonancia no dejó ninguna huella en la historia de la filosofía.
G. Sborgi