[De occulta philosophia]. Obra de Enrique Cornelio Agrippa de Nettesheim (1486-1535), publicada en Colonia en 1516. Es tal vez la expresión más característica de la filosofía mágica del Renacimiento. El mismo Agrippa en su prólogo declara su deuda a las corrientes platonizantes; pero con el platonismo se funden, como había ya ocurrido en Pico y en Reuchlin, motivos pitagorico- cabalísticos, e insinuaciones místicas en las que influía poderosamente la postura de Ramón Llull. Todo esto tendía hacia una comprensión del secreto de la naturaleza. En el primer libro de la obra Agrippa distingue tres mundos, elemental, celeste e intelectual, jerárquicamente ordenados, donde los planos inferiores son regidos y gobernados por los superiores. La magia, mediante la comprensión profunda de los íntimos procesos de lo real, consigue recorrer los caminos, tanto ocultos como aparentes, de las fuerzas racionales que descienden en el todo. Puede así hacernos dueños de esas fuerzas mismas sugiriéndonos el modo de dominarlas. El mundo elemental está constituido por cuatro elementos, pero los dos fundamentales son el fuego, o principio agente, y la tierra, o principio paciente. El fuego elemental en sí, principio de la luz, es inmenso e invisible, movilísimo, fuente del bien.
La tierra es el receptáculo universal, el agua la virtud seminal, el aire el espíritu vital que todo lo penetra. Todo es inmanente al todo: en la materia se hallan implícitas las formas, en el mundo elemental viven las sombras de las ideas, unas en Dios, múltiples en el alma del mundo, reverberadas a través de las inteligencias hasta en la realidad más ínfima. Son el sello de Dios variamente impreso en la múltiple unidad del todo, que, estrechamente ligado, se corresponde perfectamente en sus diversas partes conexas por’ intrínsecos y ocultos vínculos. Así, por ejemplo, las estrellas son signos del mundo sublunar sobre el cual influyen con sus rayos. La luz tiene importancia especial, pues en sus diversos grados constituye como la base unitaria del todo, la imagen del difundirse universal de Dios. En Dios está la primera luz, cuyo fulgor angélico se refleja en el esplendor celeste, fuego animador de todas las cosas. La metafísica de la luz, caracterítica de tantas doctrinas platónicas, se afirmaba también en Agrippa, mezclándose con elementos cabalísticos. El hombre, en fin, fórmula resumidora del mundo, nudo del cosmos, ligado con todo y ligazón del todo, puede con sus fuerzas interiores influir en el todo y combatirlo. En el libro segundo, Agrippa se detiene en el significado de los números elaborando una visión pitagorico- cabalística de su poder. De la mónada divina, unidad originaria situada más allá de la serie numérica, brotan las numeraciones universales: la numerabilidad del todo es expresión de la íntima racionalidad que se trasluce en todo, al ritmo numérico corresponden idealmente las letras, elementos de la realidad.
El universo es fórmula matemática en que se expresa Dios, es libro y palabra de Dios, es armoniosa musicalidad divina. Matemática, gramática y música son aspectos de la lógica universal; esto es, del ritmo de la expansión divina. El Arte de Llull hallaba su lugar en este cuadro, mientras los «sephiroth» cabalísticos eran entendidos como categorías del todo. Pero esta racionalidad, que vive en toda cosa, vive en el alma de cada cosa, porque todo está animado, y la magia se revela como el secreto de hacerse entender por el alma de las cosas. El mago es el sabio que reduce en sí a claridad de conciencia la conciencia primigenia del mundo, y que, de ese modo, sorprende el secreto de hacerse obedecer por él. En el tercer libro, mientras por un lado se insiste en la triplicidad universal, se aclara la naturaleza de la realidad espiritual, de los diversos géneros de espíritus, de su actividad y de su suerte. Como puede apreciarse, naturalismo y misticismo se fundían en la magia por medio de una intuición a la vez estética y logicomatemática. El simbolismo medieval se iba transformando en la moderna ciencia de la naturaleza. Más tarde, Agrippa, en el De incertitudine et vanitate scientiarum (1527), que tuvo grandísima difusión y fue traducido al italiano, al inglés y, por Sebastián Franck (1535), al alemán, repudiará completamente su antigua fe en la racionalidad universal, para cerrarse en un escepticismo que constituía una base excelente para buscar un refugio en la fe. Es el mismo proceso que encontramos en el primer Renacimiento italiano.
E. Garin