[De animae beatitudine]. Tratado del filósofo árabe Averroes (Ibn Rosd, 1126- 1198) que nos ha llegado en latín. Es propiamente un tratado del misticismo racionalista de la unión del intelecto humano con el supremo inteligible. Por haber llegado a ser semejante a Dios, el hombre es, en cierta manera, todos los seres y los conoce tal como son; puesto que los seres y sus causas no son nada fuera de la ciencia que de ellos tenemos. En todo ser hay una tendencia a recibir una participación en lo divino, en la proporción en que conviene a su naturaleza. Es la doctrina de la unión, que los «sufies» llamaron el problema del «nosotros» y del «tú». Pero mientras los derviches intentan llegar a ella por medio del vértigo, Averroes proclama altamente que no puede ser alcanzada sino con la ciencia, es decir, elevando las facultades humanas a su potencia más alta. Dios es alcanzado cuando el hombre, mediante la contemplación, rasga el velo de las cosas, y se encuentra cara a cara con la verdad trascendente. El objeto de la vida humana es, pues, hacer triunfar la parte superior del alma sobre la sensación, no al contrario.
Una vez alcanzado ese fin, cualquiera que sea la religión que se profese, se abren las puertas del paraíso. Pero tal felicidad se reserva sólo a los grandes hombres que perseveran en el ejercicio de la especulación, renunciando a lo superfluo, sin privarse de lo necesario. Muchos no lo consiguen sino en el momento de la muerte, porque es una perfección casi siempre inversamente proporcional a la del cuerpo, y la aptitud para ella no es igual en todos los hombres. Entre las ideas de Averroes son notables la de la necesidad, en el tiempo y en el -espacio, de una inteligencia que contemple la razón absoluta, puesto que toda potencialidad debe convertirse en acto. Ahora bien, solamente el hombre, por medio de las ciencias especulativas, goza de esta prerrogativa. El hombre y el filósofo son, pues, igualmente necesarios en el plan del universo. Ediciones completas en latín: la primera en Padua (1472-1474); la última en Venecia (1573-1575). Son muy apreciadas las ediciones de Giusti (Venecia, 1550-1552).
G. Pioli