De la Babilonia Infernal, Fray Giacomino de Verona

[De Ba­bilonia civitate infernali]. Pequeño poema descriptivo en 370 versos, de Fray Giacomino de Verona (segunda mitad del si­glo XIII). Es propiamente una descripción del infierno, llamado Babilonia en términos apocalípticos, y corresponde al género, bas­tante común en el Medioevo, de las «vi­siones» o descripciones de ultratumba; se encuentran en él escenas y motivos que pa­recen pasar de autor en autor y que tam­bién se hallan en el «Infierno» de Dante. La descripción de Fray Giacomino no per­sigue sino la edificación del lector, y es una combinación típicamente medieval de lo espeluznante» lo horrendo y lo grotesco. El infierno es una gran ciudad devorada por las llamas, alimentadas con azufre y pez, cuya puerta custodian Trifón, Mahoma, Baraquín y Satanás. Corren por ella ríos de hiel y de veneno, con las orillas cubiertas por ortigas y espinas más afiladas y cortan­tes que las propias espadas, y despide un hedor que se propaga por miles de millas a la redonda. Los pecadores son castigados allá según como fueron en la vida sus cul­pas: en el agua, con el fuego, atormentados por gusanos inmundos, desgarrados por serpientes, sapos, víboras, basiliscos o dra­gones; zarandeados por diablos cornudos y más negros que el carbón; restallan en el aire fosco y relampagueante los gritos de los diablos que se incitan mutuamente di­ciendo: ¡Dale, Dale!, ¡fuego, fuego!, ¡mata, mata! La gran fantasía de Giacomino nos ofrece grotescas escenas que no carecen de brío y de movimiento.

Belcebú siente ape­tito, y para satisfacerle, los diablos se pre­cipitan con sádica alegría sobre un pecador de los peores y lo agarran poniéndolo a tostar «al fuego como si fuera un hermoso cerdo», encima de un gran asador. Tras condimentarlo con agua, sal, vino, hollín, aceite, hiel y veneno, lo presentan al gran tirano infernal, el cual, por cierto, se siente aquel día fino de paladar, y como lo en­cuentra mal pasado, comienza a gritar: «no vale un higo; que lo vuelvan a poner en el fuego y lo tuesten con la cabeza para abajo». Y así continúa el suplicio sin fin. La conclusión de la obra revela la fina­lidad exclusivamente moral que Fray Gia­comino se había propuesto conseguir: que los pecadores hagan penitencia ahora que están a tiempo («Voy a daros consejo si tomarlo queréis / haced penitencia mien­tras que podáis» [«Mó v’ó dar consejo, se prender lo voli / fai penitencia enfina ke vui pol»), si quieren evitar ser condenados a tales penas. El uso de lo grotesco es inhe­rente al tono ingenuo y popular de la con­cepción de las penas de ultratumba, pero presenta eficaces rasgos y relieves que por analogía recuerdan la técnica de la escul­tura románica. La lengua en que está es­crito tiene un fuerte fondo véneto, y es poco más o menos la de todos los poetas septentrionales del siglo XIII, nacida de una especie de conjunción lingüística entre el lombardo y el véneto, prevaleciendo con fuerza este último.

D. Mattalía