Un manuscrito del Escorial, en el que también están los Proverbios morales del Rabbí Don Sem Tob, La doctrina cristiana y la Revelación de un ermitaño, nos ha conservado un pequeño poema anónimo (erróneamente atribuido por algún crítico a Sem Tob, autor de los Proverbios), compuesto probablemente a principios del siglo XV, titulado Danza de la Muerte, en el que se representa a la muerte invitando a una de sus lúgubres danzas a los representantes de todos los «estados del mundo» — esto es, a todas las clases sociales — el papa y el emperador, el cardenal, el obispo, el rey, el duque, el caballero, el abogado, el comerciante, el burgués y el ciudadano, el fraile y el sacristán, la doncella y la monja; y cada uno confiesa las culpas de su vida mortal, las complacencias que le han merecido los bienes caducos, olvidando el eterno bien, y escucha los punzantes reproches que la Muerte pronuncia.
El poema del Escorial es la primera elaboración española de un tema que ha tenido gran desenvolvimiento en la literatura francesa de los siglos XIV y XV (Danze de Macabré, Chorea Machabeorum, esto es, «danza macabra», como decían los románticos del siglo XIX, leyendo mal los textos franceses del siglo XV) y en las artes plásticas de toda Europa (la representación más antigua es la parisiense de los Inocentes, de hacia 1426, divulgada por groseras estampas comentadas por versos no menos groseros; en Italia la representación más antigua es la de los frescos de Clusone del 1485; la interpretación más célebre es la de Holbein, que tradujo el tema en los vigorosos dibujos de los Simulacros de la Muerte, publicados en Lyon en 1536). La entonación y las intenciones de la «Danse macabré» son ascéticas y edificantes; se trata siempre de la idea fundamental de la pedagogía ascética cristiana, esto es, de la idea de que la muerte inevitable debe sugerir imperiosamente a las almas el pensamiento de la caducidad de la vida terrena y, por lo tanto, de la vanidad de las cosas del mundo y la preocupación de la vida futura, que es eterna. Pero, en realidad, mirando el contenido verdadero y esencial, las Danzas de la muerte son una «sátira» a menudo acre y violenta de los hombres y de las cosas del mundo político y social.
En este sentido, las Danzas entran en el marco de la vastísima literatura dentro de la que cabe considerar la Biblia moralizadora, refundiciones e interpretaciones de los Libros Sapienciales (Eclesiastés, v., Proverbios, v.), del De Contemptu mundi y obras del tipo de la Somme du roi o del Vers de la mort de Elinando, dentro de una literatura que, proponiéndose presentar los términos esenciales de la doctrina ascética cristiana, representando con tonos tristes y desolados la caducidad de la potencia humana y la ineluctabilidad de la muerte, se resuelve en la vigorosa y concreta representación de los vicios y de los hombres viciosos, en los que el genérico y teórico desprecio del mundo cede su puesto a un vivo interés por las cosas terrenales, a un espíritu realista y práctico y a preocupaciones de orden social y político. Este tono y este espíritu los hallamos también en la Danza de la Muerte del Escorial, en la que si, como ya se ha dicho, lo primero que se impone a nuestra sensibilidad es la visión trágica y aterradora de la Muerte, señora suprema del mundo de los hombres, sin embargo predominan motivos de sátira social que dan a los versos el color y el intenso relieve que acusan. La Danza del Escorial es obra puramente lírica, o, si se quiere, didáctica; no siempre destinada a la representación escénica. Pero, en el siglo XVI, tuvo la Danza de la Muerte desarrollos dramáticos, primero en el «auto sacramental» del segoviano Juan de Pedraza, y después en Las Cortes de Muerte, populares todavía en tiempos de Cervantes: todos recuerdan el episodio de Don Quijote que documenta cómo las «cortes» todavía son representadas en los pueblos de la Mancha por la compañía nómada de Angulo el Malo.
A. Viscardi