[Chioses vues]. Entre las publicaciones políticas y sociales de Víctor Hugo (1802-1885), reviste un particular interés esta obra que, publicada póstumamente (1887-99), narra acontecimientos de su vida y describe impresiones y figuras varias, de su juventud hasta casi su muerte.
Son páginas de diario, rápidas y brillantes, todas llenas de la misma exaltación de la libertad y de la dignidad humana, y no desprovistas de la romántica infatuación del Progreso y de la Humanidad que caracteriza la obra del poeta, especialmente después de su destierro. Notables son los trozos que se refieren a la muerte de Talleyrand (1838): cuando los médicos que acaban de embalsamar el cadáver se marchan de la casa, un criado, viendo el cerebro del hombre político sobre la mesa y no sabiendo qué hacer con él, lo tira a una alcantarilla de la calle; y los funerales de Napoleón (1840), en la apoteosis proclamada por Luis Felipe, cuando en los Inválidos el poeta cree leer en una cinta el nombre de su padre entre los de los generales de la Revolución y del Imperio. Viva es una digresión sobre el origen de Fantine (v.), episodio de los Miserables (v.), por el testimonio en pro de una pobre desgraciada atacada con bolas de nieve por la calle y culpable de haberse defendido contra un sinvergüenza. Buenas son las páginas sobre la partida y la fuga del rey Luis Felipe (1848), notables los recuerdos sobre Royer-Collard (1843), sobre Villemain (1845) y sobre Béranger (1847).
La experiencia de la revolución de febrero y la Asamblea nacional muestran a Hugo en la acción, en la comprensión de una grave hora para Francia (1848): casi en un preludio para mayores pruebas de la patria se revela el carácter político del poeta, la posición de sus problemas en pro de la libertad del pueblo y de la ideal hermandad de las naciones. Interesantes son las descripciones de la muerte y de los funerales de Balzac (1850) y, al mismo tiempo, su desprecio por la Academia, que no elige al gran novelista y persigue a De Vigny. Una experiencia nueva es la caída del Segundo Imperio y la proclamación de la República: singular, bajo este punto de vista, la figura de Thiers, presidente lleno de buena voluntad, que declara no ser más que un pobre diablo de dictador vestido de negro (1850). Hugo, regresando de Versailles, donde estaba la sede del gobierno, siente la alegría de haber cumplido siempre con su deber cuando, en el tren, encuentra a una señora que, llegando a saber por su marido que se trata del poeta amado de las muchedumbres, le agradece la lucha sostenida por los débiles.
Mirando el camino recorrido (1875), el escritor recuerda patéticamente a los personajes encontrados en una larga existencia, pero sobre todo le reanima el sentimiento de haber amado siempre a la humanidad, pues honrar al genio y amar la bondad es lo más puro que hay en este mundo. La prosa nítida y sencilla de estos apuntes hay que considerarla entre las cosas más hermosas del escritor: se trata de un Hugo «menor», amable y con una aguda comprensión de los sucesos, precisamente porque examina y «ve» cosas y figuras sin el armatoste épico y social con que envuelve a menudo sus impresiones. C. Cordié
El gran poeta de 1830 lo escenifica todo y siempre a su manera de Ruy Blas y de los Burgraves incluso lo que ve mejor y más de cerca tiene un tono de artificioso; cuanto más verdadero quiere ser más suena a falso, y cuando dice conscientemente la verdad tiene todo el aspecto de ser mentira. ¿Por qué? Porque no tiene la verdad natural (la verdad natural es solitaria: carece de público): Víctor Hugo hace afectadas todas las cosas, y la afectación de la sencillez es el colmo de la artificiosidad. (Suarés)