Tratado de André Gide (1869-1951) en forma de diálogo, publicado parcialmente y no divulgado en 1911 y 1920, y publicado de forma completa y definitiva en 1924.
El diálogo es referido por un «relator» que nos cuenta que, intrigado y preocupado por las escandalosas discusiones sobre el escabroso problema del uranismo había decidido ir a ver, para una especie de encuesta, a Corydon, un intelectual amigo suyo y excompañero del colegio, tristemente conocido por sus costumbres. Corydon (que representa en el diálogo al mismo Gide) contesta con una disertación que se presenta directamente como una defensa, o mejor dicho una justificación de su vicio. Gide realiza un análisis del que se puede llama «instinto sexual». Según su parecer no podemos reconocer propiamente en la naturaleza sino un «impulso al placer», que coincide con la necesidad de la reproducción de la especie, pero no se puede identificar completamente con ella. Esta tesis, sostenida con un notable alarde de persuasivos argumentos científicos, quiere confirmar la observación demasiado fácil de que no se puede hablar del uranismo como de un fenómeno «fuera »o «contra» la naturaleza. Es verdad que Gide reconoce la propiedad de la civilización humana de elegir y construir sobre los datos de la naturaleza; pero sostiene que no sirve para nada desconocer o negar ciegamente ciertos instintos: antes de intentar reducirlos y domarlos, hace falta comprenderlos bien, ya que un gran número de las desarmonías que nosotros sufrimos son sólo aparentes y se deben únicamente a equivocaciones de interpretación».
Sigue una cuidadosa distinción entre la pederastia (o «amor griego»), la sodomía y la inversión, en el curso de la cual el autor intenta negar a la primera el carácter de «anormal» y «morbosa», carácter propio de las dos últimas. El puritanismo de Gide vuelve a aparecer curiosamente sobre todo en la última parte, donde el autor insiste sobre la distinción entre placer y amor, se apela al platonismo, y alude sin más a justificaciones de orden social, casi proponiendo reglas de moral práctica, «más útiles» para resolver el problema de las relaciones entre los dos sexos. La parte menos discutible es, por supuesto, la estrictamente científica o «naturalista». Todo el librito, entre las obras de Gide, se presenta como el más característico documento de su desesperada necesidad de someter a discusión todo principio, para llegar, cueste lo que cueste, a ser siempre plenamente sincero, de acuerdo consigo mismo. [Trad. de Julio Gómez de la Serna (Madrid, 1929 y 1931)].
M. Bonfantini