Coriolano, William Shakespeare

[Coriolanus]. Tragedia en cinco actos en verso y prosa de William Shakespeare (1564-1616), escrita hacia 1607- 1608, representada probablemente a prin­cipios de 1608, impresa en el infolio de 1623.

La fuente es la vida de Coriolano en las Vidas paralelas (v.) de Plutarco, que Shakespeare leyó en la traducción de Thomas North (1579) hecha sobre la francesa de Jacques Amyot. Cayo Marcio (Caius Marcius), soberbio general romano, debido a sus prodigios de valor en la guerra con­tra los volseos y a la toma de la ciudad de Corioli, recibe el sobrenombre de Co­riolano (v.). A su regreso a Roma, el Senado pretende que sea nombrado cónsul, pero su actitud altiva y despectiva hacia la plebe le hace impopular y, pese a los esfuerzos de Menenio Agripa (v.), los tribunos con­siguen su intento de hacerle desterrar. Se dirige a casa de Tulo Aufidio (Tullus Aufidius), general de los volseos, su acérrimo enemigo; es recibido calurosamente y pues­to a la cabeza de los volseos para vengarse de los romanos. Coriolano llega a las murallas de la ciudad y los romanos, para salvarla de la destrucción, envían a su aira­do conciudadano antiguos amigos, que le instigan a pactar, pero en vano. Finalmen­te la madre de Coriolano, Volumnia, su mu­jer Virgilia y su hijito van a implorarle que salve a la ciudad. Cede a sus súplicas, concluye un tratado favorable para los volscos y vuelve con ellos a la ciudad de Anzio. Allí el general de los volscos le acusa de haber traicionado los intereses de este pue­blo y, con ayuda de conspiradores, le ha­ce matar en la plaza pública. Shakespeare siguió muy fielmente las fuentes, tanto en el argumento, como en el estilo, en cuanto era posible (similitudes y expresiones del texto de North se encuentran en los ver­sos shakespearianos), y en la caracterización del protagonista.

También el carácter de Aufidio es tal como se encuentra en Plu­tarco; Shakespeare atribuye a Volumnia el arte del disimulo y sobre este motivo .basa la escena segunda del tercer acto, bastante famosa, en la que trata de persuadir a su hijo a que disimule para conseguir el consu­lado. Virgilia y Menenio son casi por entero creaciones de Shakespeare. El dramaturgo concentra todo el interés en el protagonista, enriqueciendo con muchos detalles el relato plutarquiano y haciendo resaltar dicho ca­rácter en contraste con la multitud, cuya sandez y volubilidad representa, hasta trans­formar un episodio histórico en el que cul­minó la lucha de principios, en una oposi­ción amarga y caricaturesca entre un alma de patricio cerrada por el orgullo y el alma vana y susceptible de la masa. Más que tra­gedia, Coriolano es un drama histórico pero de un género bastante particular; tiene un gran relieve el elemento satírico y grotes­co (como en la escena en que Coriolano ha de mendigar los votos de los plebeyos y los arrebata con una actitud de desafío más que de humildad) y dicho aspecto, así como la figura del zumbón Menenio, hace pensar en ese drama ambiguo que es Troilo y Criseida (v.), donde no se pintan los conflictos internos de los protagonistas.

En realidad no hay conflicto en Coriolano (cede a las plegarias de sus seres queridos sin lucha interna: es como el derrumba­miento momentáneo de un mundo que muy pronto se rehace en su cohesión), sino un acontecimiento histórico que sirve para ilus­trar la vanidad y la locura de los hom­bres, cuyas acciones y reacciones parecen tener algo automático que las vuelve al mismo tiempo risibles y siniestras. La im­presión que nos deja el drama es la con­tenida en unas palabras de Menenio (acto V, esc. 4): «Cuando (Coriolano) camina, se mueve como una máquina de guerra… Su voz es un tañido fúnebre, su refunfuñar un redoble de tambores.» Drama áspero y estridente, pobre de color y de calor y, sin embargo, robusto y «romano» en su amar­gura. [Trad. de José Arnaldo Marqués, en Obras, tomo I (Barcelona, 1881); en verso de Guillermo Macpherson, en Obras dra­máticas, tomo IV (Madrid, 1925) y de Luis Astrana Marín en Obras completas (Madrid, 1933)].

M. Praz

No leo más que Shakespeare, que he re­leído de un extremo al otro. Os rehace y devuelve el aire a los pulmones, como si se encontrase uno en la cima de una alta montaña. Todo parece mediocre ante este prodigioso «bonhomme». (Flaubert)

Lo que actúa políticamente en Coriolano no proviene ya de una fe en la inmanen­cia, sino de un conocimiento estático. (Gundolf)

La retórica, magnífica y elaboradísima, es el principio, el fin y el centro de Coriolano. El héroe no es en modo alguno un ser hu­mano; es la estatua de un semidiós fundida en bronce, que recita sus períodos perfec­tos, valiéndonos de una frase de Walter Raleigh, a través de un melodioso megáfono. El vigor de su representación es, en verdad, maravilloso; pero se trata de una represen­tación de cartón, y no de vida. Shakespeare se había desviado. (Strachey)

*   Las aventuras del héroe romano habían de inspirar también una tragedia de Alexandre Hardy (1570?-1632), Coriolano, que fue editada entre 1623 y 1628 con otras cua­renta obras del centenar que el fecundo dramaturgo francés escribió para el teatro de su tiempo. El valor artístico de este dra­ma, como de los demás de Hardy, es escaso; debe, sin embargo, reconocerse en él una originalidad de planteamiento y desenvol­vimiento que supone una anticipación de la crisis del clasicismo de la que había de na­cer el gran teatro francés del Renacimien­to. Obsérvese en Coriolano que el autor no abre la escena sobre el sitio de Corioli, sino sobre la injuria lanzada contra el romano, creando así una incertidumbre sobre las consecuencias de la injusticia, que es una novedad en la escena de su época.

*   En Inglaterra también James Thomson (1700-1748) escribió en 1748 un drama Co­riolano.

*   En 1784 el poeta y crítico francés Jean- François Delharpe o Delaharpe, llamado La Harpe (1739-1803), dio a la escena una tra­gedia sobre el mismo tema: Coriolan, pos­teriormente incluida en el Théátre Choisi de La Harpe (Brest, 1816).

*   El poeta dramático vienés Heinrich Joseph von Collin (1771-1811) escribió tam­bién en 1804 una tragedia, Coriolanus, de gusto neoclásico, a la que el tono patriótico dio temporalmente fama: hoy es recorda­da sobre todo por la obertura homónima que inspiró a Beethoven.

*   En España se han escrito algunas trage­dias sobre el mismo argumento; se recuerda el Coriolano de Francisco Sánchez Barbero (1764-1819), el de José García Quevedo (1819-1871) y el del catalán Víctor Balaguer (1824-1901).

*   En el campo musical se recuerdan varias óperas sobre este argumento, todas titula­das Coriolano: de Francesco Cavalli (1602- 1676), Placencia, 1669; de Cario Francesco Pollarolo (1653-1722), Venecia, 1698; de An­tonio Caldara (1670-1736), sobre libreto de Pariati, Viena, 1717; de Attilio Ariosti (1666- 1740), Londres, 1723; de Daniel Gottlieb Treu (1695-1749), Breslau, 1725; de Karl Heinrich Graun (1701-1759), Berlín, 1750; de Vincenzo Lavigna (1767-1836), Parma, 1806.

*   La obertura en do menor op. 62 Corio­lano, que Ludwig van Beethoven (1770- 1827) escribió en 1807, es una introducción orquestal a la tragedia de von Collin. Bee­thoven, elevándose extraordinariamente so­bre la mediocridad del libro, encerró en una poderosa síntesis musical el perenne signi­ficado humano de la leyenda romana. El choque entre el individuo y la sociedad, entre la desenfrenada voluntad de poderío y los vínculos que los afectos, sentimien­tos y costumbres imponen a la sed heroica de libertad y de acción, está reproducido con el contraste de los dos temas fundamen­tales, el primero en «do menor», inquieta y susurrante ascensión de notas sueltas, con­tinuamente interrumpidas por acordes se­cos y perentorios todo rudeza de ritmo y aspereza de sonido; y el segundo, en «mi bemol mayor», una melodía suave y des­plegada, que florece entre los violines co­mo un milagro, mientras las flautas insi­núan largas notas sostenidas, de una dulzura conmovedora.

El desarrollo es como una lucha entre estos dos elementos, que da lu­gar a una parte central toda ansia y agi­tación, inquieto afán interrumpido por bre­ves apariciones suplicantes del melódico se­gundo tema. La victoria, es decir, la última palabra, queda musicalmente para el pri­mer tema, pero la atmósfera fúnebre del final en que desaparece, explica claramente la derrota y la condena de Coriolano, que no es el héroe benéfico y humano, aprecia­do por Beethoven, sino un napoleónico per­seguidor de poderío y de gloria, contra cuya voluntad ambiciosa sirven de algo positivo las dulces exigencias del sentimien­to y de los afectos que en el primer tiem­po de la Heroica se habían disipado como una pasajera y culpable debilidad.

M. Mila

Es también, en parte, el sentimiento gue­rrero lo que se expresa en la soberbia ober­tura de Coriolano, aunque el ritmo militar no aparezca: pero aquí, este sentimiento entra en lucha con un admirable tema de amor conyugal y acaba sucumbiendo, como el héroe del drama, bajo los golpes de la fatalidad. (D’Indy)