Discurso pronunciado en el año 330 antes de Cristo por Esquines (390-315 aprox.) contra Ctesifón. Éste había propuesto en 338, al día siguiente de la victoria de Filipo de Macedonia sobre Atenas en la batalla de Queronea, la concesión de una corona de oro a Demóstenes, por el desinterés con que había llevado a término, junto con otros, el encargo de restaurar los muros de la ciudad; la corona debería ser también un reconocimiento de toda su conducta política. Y puesto que ésta se había dirigido siempre contra Macedonia, la manifestación sería una confirmación de los sentimientos antimacedónicos de Atenas aun después de la paz. Pero Esquines, autor del convenio con Macedonia, se opuso, acusando a Ctesifón de ilegalidad por algunos vicios formales de su propuesta, mas sobre todo porque, según él, la política de Demóstenes había sido funesta para Atenas. El proceso no tuvo lugar hasta siete años después, no sabemos por qué. El discurso de Esquines presenta algunas trazas de recomposiciones sucesivas debidas a este largo intervalo, como también se nota que fue revisado después del proceso y modificado en varios puntos. El plan del discurso es claro.
Después de un exordio en el que Esquines alardea de defensor de la legalidad y de la constitución democrática, discute el problema de derecho. En esto la razón estaba de su parte, pero el proceso iba dirigido sustancialmente contra Demóstenes, y tenía mucha mayor importancia el problema político. Esquines, para demostrar su tesis, pasa revista a la actividad pública de su adversario desde los primeros contactos con Filipo hasta el día del proceso, afirmando que todas las desgracias acaecidas a la ciudad eran consecuencia de la obra de Demóstenes, al paso que los éxitos eran debidos a la bondad divina o a Macedonia; Demóstenes sólo había obedecido a su codicia de dinero, dejándose corromper por el mejor pagador; egoísta, inconstante, cobarde, impío, había arruinado deliberadamente a la patria. De todas estas acusaciones Esquines no presenta (ni podía hacerlo) prueba alguna; su única arma era la narración de los hechos. Y la narración es habilísima, porque, sin dar tiempo a los oyentes para reflexionar, les presenta los sucesos a la luz por él buscada, no vacilando en modificarlos o interpretarlas a su guisa: la palabra ágil, abundante y vigorosa aumenta la vehemencia y la fuerza dialéctica de la demostración.
La última parte es particularmente agresiva, porque se refiere a la vida privada de Demóstenes, negándole sus ideales democráticos (sobre este punto los jueces atenienses eran sensibilísimos) y comparándole con los hombres verdaderamente ilustres del pasado. El largo discurso termina afirmando que una absolución sería un insulto a los caídos de Queronea, así como la concesión de la corona a Demóstenes haría temblar a los muertos de Salamina y Platea. Pero la voz del pasado se hizo oír a los atenienses a través de Demóstenes con fuerza muy distinta (v. Por la corona): Ctesifón fue absuelto y, una vez más, confirmada la política antimacedónica, a pesar del poco éxito del pasado, y de que precisamente aquel año Alejandro había dado el último golpe al imperio persa. Esquines, después de fracasar así en su misión política, abandonaba Atenas para siempre.
A. Passerini
Su oratoria es llena y difusa, y resulta tanto más grandiosa cuanto menos ceñida; más carne que nervio. (Quintiliano)