[Adversus Arium]. Tratado en cuatro libros de Cayo Mario Victorino, retor africano convertido al Cristianismo, que vivió en Roma en el siglo IV después de Cristo. Va dirigido contra el arriano Cándido, con el que el autor había sostenido ya una polémica y había cambiado escritos de tema doctrinal, y responde particularmente a una carta de Cándido llegada hasta nosotros, con la cual adjuntaba a Victorino la traducción latina de dos importantes documentos arríanos: una carta del mismo Arrio a Eusebio de Nicomedia, y otra de Eusebio a Paulino de Tiro. En el tratado, escrito hacia el 360, el autor, después de congratularse con Cándido por la seriedad de los argumentos aducidos en defensa de su causa y darle las gracias por el envío de los documentos que le había pedido, analiza las doctrinas de Arrio y Eusebio, para venir después a exponer su concepción de la Trinidad, convalidada por testimonios de textos bíblicos. El segundo libro trata de la naturaleza del Logos y de su identidad con el Padre; el tercero, de la relación del Logos con el Padre; el cuarto libro de la función del Logos, y, después, del Espíritu Santo y de sus relaciones con las otras personas de la Divina Trinidad.
La demostración de Victorino está conducida con rigor de lógica, y revela la mente habituada a la especulación filosófica; afirma querer atenerse a dos bases precisas: al testimonio de la Sagrada Escritura y a la razón. La primera es invocada, sobre todo al principio de la obra, para confirmar la enunciación de la doctrina trinitaria, y casi al final del tratado, como para demostrar que el autor, con su especulación, ha llegado a las mismas conclusiones que los libros sagrados. Proclama la posibilidad de un conocimiento racional, y lleva su propio tratado, sobre bases racionales. La construcción de la obra es, en su conjunto, algo confusa, pero las demostraciones particulares son vigorosas y están bien conducidas; en cuanto al lenguaje y a la sintaxis, su base clásica se mezcla con cierto elemento popular y los helenismos son bastante frecuentes, helenismos, por otra parte, naturales en un autor que había traducido a
Porfirio y que, para su tema necesitaba de una terminología en gran parte nueva: de él aprenderá la escolástica la lengua filosófica. Originales y característicos son los arrebatos líricos y místicos — ya presentimos en ellos los Himnos sobre la Trinidad — que inspiran al autor una plegaria al final de una demostración filosófica, o una invocación al Espíritu Santo antes de una demostración difícil, o, en fin, la exaltación de su alma para que reconozca en sí misma la virtud del Dios que la inspira. E. Pasini