Contra Celso, Orígenes

Obra polémica del padre de la Iglesia alejandrina Orígenes (185-254?). Su título griego com­pleto dice así: Contra el libro titulado «Dis­curso verdadero», de Celso, VIII libros. Fue escrito en el año 248, para refutar las acu­saciones contra el Cristianismo del filósofo pagano Celso (segunda mitad del siglo II), que en aquel año, en que se celebraba el milenio de Roma, parecían tener especial resonancia. Orígenes procede según el sis­tema que le era familiar en la exégesis bí­blica, y cita textualmente las afirmaciones de Celso, para después comentarlas y refutarlas. Esto ha hecho posible la recons­trucción de la obra confutada, de la cual, al decir de los filólogos, sólo falta una dé­cima parte, y que, de otra manera, se hu­biera perdido.

La obra de Celso constaba de cuatro partes además de una introduc­ción y una conclusión. En la introducción (confutada por Orígenes en I, 1-27), se for­mulaban las objeciones generales al cris­tianismo desarrolladas después en el curso de la obra: que la sociedad de los cristia­nos era ilegal, su doctrina bárbara, sin fun­damento y ni siquiera nueva; que su fuerza se fundaba en la magia y que exigían de sus adeptos una fe ciega; finalmente, que no tenía derecho a la existencia estando fundada hacía poco tiempo, mientras que el hebraísmo debía condenarse por su se­paratismo.

En la primera parte (I, 28-11, 79), se presentaban las acusaciones lanzadas contra el cristianismo por un judío (Jesús no podía ser el Mesías anunciado por los profetas; no había nacido por modo divino ni se había comportado como Dios y Me­sías; el cumplimiento, según se afirmaba, de milagros y el anuncio de acontecimien­tos futuros, era inconsistente).

En la par­te II (III-V), era el propio Celso quien desarrollaba las objeciones paganas contra todo lo que era común a judíos y cris­tianos, mostrando considerar a estos últi­mos como una secta y degeneración de los primeros (la idea de que Dios, o el Hijo de Dios se hubiese encarnado contras­taba con la esencia inmutable de Dios, co­mo también la de que hubiese creado un mundo en que existe el mal; estaba equi­vocado el antropocentrismo bíblico y los ángeles de la Biblia no parecían haber sido sino demonios; ni judíos ni cristianos ha­bían sido dignos de tal encarnación por su escasa religiosidad, por su impía concep­ción del juicio final, y de la resurrección de la carne, por la pretensión de ser más perfectos que los demás pueblos, de los cuales, sin embargo, habían tomado en par­te sus costumbres; los cristianos habían llegado, para mayor agravio, al abando­no de sus costumbres hereditarias y ha­bían aceptado contradictorias noticias acer­ca de’ la revelación divina y extrañas ideas acerca de la divinidad).

La parte III del libro de Celso (VI-VII, 58) quería demostrar que los diversos dogmas cristianos eran desviaciones o falsificaciones de la filosofía griega, especialmente de la platónica o bien iones de mitos y leyendas orien­tales.

La cuarta parte (VII, 62-VIII, 71) dis­cutía a los cristianos el derecho a condenar la religión pagana del estado dando de ella una interpretación demonológica. Fi­nalmente, Celso expresaba la esperanza de poder entenderse con el cristiano culto, y sostenía la necesidad de exigir de los cris­tianos la práctica del culto imperial, justi­ficando, en caso de resistencia, la persecu­ción. A Celso, que consideraba al cristia­nismo como una doctrina bárbara, absurda, hecha para los ignorantes, entre los cuales según él había reclutado sus adeptos, Orí­genes responde en un tono que a menudo deja adivinar su irritación, y se torna sar­cástico en sus réplicas irónicas. El proce­dimiento de este apologista cristiano con­siste sustancialmente en precisar, aclarar y distinguir. A menudo Celso atribuye a los cristianos doctrinas que son propias de las sectas gnósticas; en estos casos, Orígenes precisa que su adversario calumnia a los cristianos atribuyéndoles doctrinas que la «Iglesia grande» no profesa; otras veces, Orígenes muestra que las pretendidas afini­dades de ideas cristianas con ideas o mitos griegos o persas son aparentes, y que la interpretación alegórica de relatos sagrados ha sido practicada también por Platón. So­bre todo, Orígenes insiste en aclarar que si a las gentes sencillas el cristianismo se les presenta como fe, para los cultos está en condiciones de justificarse como doctri­na, aunque sea haciendo intervenir la fuer­za iluminadora del Logos.

Así, él, halla ma­nera de desarrollar en terreno polémico los conceptos fundamentales del cristianismo: la creación del mundo y del hombre; la Providencia; el mal; el mesianismo de los profetas; la historicidad de Cristo; su na­turaleza divina, de que dan testimonio los milagros y los frutos de santidad personal que ofrece la Iglesia; el valor religioso y moral del Antiguo Testamento; y concluye con la afirmación, habitual entre los apo­logistas, de que el cristianismo ha puesto en práctica el programa de educación hu­mana acariciado por Platón. Casi en cada página se deja sentir el exégeta bíblico con­sumado y el dialéctico sutil. Tanto Celso como Orígenes se mueven en la misma at­mósfera espiritual, saturada de idealismo platónico y del sentido de las fuerzas na­turales que penetran el mundo. Pero están separados por su diversa concepción de Dios y del hombre, y por su diversa posición respecto al Imperio. Este encuentro de dos personalidades de extensa cultura y de sen­sibilidad filosófica intensa, comunica al Con­tra Celso su particular sugestión, convirtiéndole en un libro vivo a pesar de la distancia de tantos siglos. Ofrece de mane­ra vigorosa y noble la tesis de la apologé­tica cristiana y, a través de los extensos fragmentos de Celso que cita, las tesis de los adversarios del cristianismo. De este modo, aunque involuntariamente, ha pro­porcionado armas antiguas a los nuevos opugnadores . del cristianismo de los si­glos XVIII y XIX.

M. Bendiscioli