[Confessionale]. Obra ascética de San Antonino (Antonino Pierozzi, 1389-1459), arzobispo de Florencia. Compuesta en 1429, se divulgó varias veces en diversas redacciones (una latina y tres italianas) con otros escritos religiosos sobre la confesión. Se originó por la pregunta de un gentilhombre sobre los pecados de la confesión y sus modalidades; y por la naturaleza del argumento entra en la literatura casuística que se produjo entre el Medievo y el primer Renacimiento, participando del uno y del otro por el interés hacia los preceptos religiosos, a la vez que hacía una nueva comprensión de la sociedad. Los pecados mortales deben ser conocidos por los fieles; a menudo, si no.se corta el mal desde su raíz, éste se va propagando irremediablemente. Fácilmente se va cayendo de un pecado a otro, y, si alguna vez, gracias a la luz que Dios comunica al espíritu, se logra evitar las malas ocasiones, más a menudo pasa que se deja uno llevar por el goce de unos bienes que después resultan ilusorios.
Los pecadores se engolfan en el mal sin darse cuenta de ello, a veces, creyendo obtener gracias a él falaces ventajas: les ocurre como a los borrachos, que luego pagan bien caro su vicio. El fiel de Cristo ha de huir de las malas ocasiones, y como la naturaleza humana no se basta sola para triunfar sobre el mal, pide ayuda a la divina gracia. Muchas veces, el hombre cae en pecado por soberbia, por no querer declararse dominado por el mal. Quien por el contrario, conoce el poder de la Providencia y el magisterio de la Iglesia, sabe que junto a los siete pecados capitales están también los jardines de las siete virtudes: observando los mandatos divinos, se llega hasta la santidad. Esta obra de San Antonino, originada por la necesidad de hacer una diagnosis de los varios pecados, es notable por concebir la religión como ayuda para llegar al bien y a la serenidad: si por su fin didáctico se asemeja al Espejo de los pecados (v.) de Cavalca, es original en cuanto a la perspicacia de las observaciones y por la gentileza del corazón: los fieles han de ser atraídos al buen camino, por la comprensión lógica y clara de sus necesidades, más que por la imposición externa de un precepto. También en esto se ve cómo el espíritu del primer Humanismo empapó con sus puntos de vista, la manera completamente psicológica con que el Santo considera a la’ naturaleza humana y trata de prevenir los males que a la sociedad acarrean los vicios y las irregularidades individuales.
C. Cordié