Compuesto en 1806, año que vio nacer también la Cuarta sinfonía (v.), el Cuarto concierto para piano, y los Cuartetos (v.), op. 59, este Concierto para violín y orquesta refleja un momento de elevada dicha espiritual y de singular felicidad creadora en Ludwig van Beethoven (1770-1827). Contrariamente a lo que sucede en los Conciertos para piano (v.), el instrumento solista no se opone a la orquesta, sino que emerge de ella como una flor maravillosa. La estructura amplísima y armoniosa del primer tiempo, «Allegro ma non troppo», perjudica tal vez un poco el equilibrio del conjunto: el «Larghetto» y el «Rondó» acaban por parecer de este modo un poco tenues y expeditivos, si bien Beethoven los haya juntado, formando el Concierto con dos grandes masas. Pero la calidad excepcional de los temas y sobre todo la maravillosa arquitectura unitaria del «Allegro» desvían casi todo el peso del interés en la primera mitad de la composición. La orquesta expone en perfecto estilo sinfónico los tres temas principales, idílicos, de estructura vasta y compleja. El primero, casi tímido, es presentado por los instrumentos de viento por encima de un intermitente y regular percusión de timbales.
Pero cuando llega, después de dos frases melódicas de cuatro compases, a descansar sobre la tónica («re»), la cuerda interviene, asumiendo la figura rítmica propuesta por los timbales, con un inesperado «re sostenido», repetido cuatro veces, que pareció, y a los pedantes les parece aún, inexplicable, cuando en realidad es un verdadero hallazgo: lo imprevisto de la modulación aumenta la sorpresa por la intervención de la cuerda, cuyo timbre resulta casi irreconocible como si fuese la humorística intrusión de un ruido extraño en la armonía de la madera. Ésta toma de nuevo la segunda parte del tema en largas e informes escalas ascendentes, hasta un episodio de transición (robustos acentos en menor, con angulosos grupos de cuatro semicorcheas típicas de la llamada segunda manera de Beethoven), que es el único elemento de energía y excitación en todo el Concierto, y conduce finalmente al segundo tema que se termina de una manera dulcísima y perfecta. Éste se presta a elegantes modulaciones, hasta que se presenta, fortísimo pero nostálgico, repartido en respuestas simétricas entre los más agudos y graves instrumentos orquestales, el tema conclusivo que presenta el aspecto de fragmento apenas insinuado, casi como si emergiese de improviso del eco de una canción amiga. La exposición de estos tres elementos se repite y amplifica con la intervención del violín solista, el cual, si bien está tratado de una manera preferente según una función lírica y «cantabile», imprime también al primer tiempo un carácter ligeramente académico: de espléndida academia. La íntima y dulcísima aparición del segundo tema (B) tiene lugar mediante un largo trino del violín; generalmente son las intromisiones y las recíprocas entradas del solista en la orquesta, o viceversa, las que han sugerido a Beethoven los efectos más sorprendentes: como, por ejemplo, el final de la «cadenza» en este mismo «Allegro»; y el dulce y casi melindroso movimiento con el cual el violín solista, muy agudo, suele finalizar el tema conclusivo.
El desarrollo, bastante breve y sobrio, presenta casi inmediatamente un momento de incomparable efecto que recuerda el «Allegretto» de la Séptima Sinfonía (v.); las modulaciones del dulce y afectuoso segundo tema (B) se presentan, a continuación, en un fortísimo, a cargo de toda la orquesta, que acrecienta con fuerza las unidades rítmicas. Luego, el violín se separa de la orquesta y la conduce a la grandiosa reexposición, seguida por una breve coda que contiene la vertiginosa «cadenza». El «Larghetto» está en forma de «Lied», con tres breves variaciones en las cuales el violín solista inicia un sobrio diálogo con las trompas y los clarinetes, luego con el fagot: la expresión es tenue, íntima, casi misteriosa. Luego, irrumpe el violín en un canto apasionado, rico en adornos melódicos, y finalmente se reemprende el tema, pero en forma de variación, relacionada con el motivo central. Una breve «cadenza» introduce el alegre «Rondó», de estructura quizás algo uniforme y sin sorpresas, estructurado sobre la base de un tema principal de interés especialmente rítmico, y dos temas secundarios, el segundo de los cuales, en «menor», presenta un carácter patético y discursivo. La instrumentación, muy cuidada, da lugar a un notable efecto al recoger de nuevo el tema por parte del violín, mientras la orquesta interviene poco a poco por familias de instrumentos. El violín no tiene ya más pasajes de virtuosismo, salvo la «cadenza», pero guía la orquesta con brío y vivacidad.
M. Mila